El viento soñador y otros relatos by AA. VV

El viento soñador y otros relatos by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-22T16:00:00+00:00


XIV

Tardé mucho en volver a ver a Lea después de aquel episodio.

Pasé en vela la primera noche, confiando en que saldría de su encierro para cazar algún animal como solía hacer antes de que se abriera entre nosotros aquella nueva brecha.

No soportaba imaginármela dentro de la habitación. Sola. Con el cerrojo echado. Sin nada con lo que poder saciar su hambre y clavándose los colmillos en su propia piel presa de la desesperación, igual que un náufrago no dudaría en beberse su propia orina en medio del océano.

Sabía que la había matado.

No tanto al exponerla a la luz del sol sino al haberla creído capaz de una carnicería como la que terminó con la vida de Joe.

Volví a cerrar la puerta de casa con llave. Estaba seguro de que Lea tendría que salir de la habitación tarde o temprano. Y cuando eso sucediera yo quería ser el primero en saberlo.

Me aterraba la idea de que Lea pudiera huir en medio de la noche para no volver más. La necesitaba y, de un modo enfermizo, necesitaba que ella también me necesitara.

Pero eso tampoco funcionó.

Lo único que conseguí fue odiarme aún más por jugar de aquel modo con la vida de la persona a la que más quería en el mundo.

Registré los armarios de la cocina en busca de alguna botella de aguardiente que hubiera podido pasar por alto en mis anteriores exámenes, pero no encontré nada más que latas de conservas. Había sido un buen chico durante todos aquellos años. ¿Es que no tenía derecho a tomar un trago? O tal vez dos, lo justo para quitarme el sabor acre que sentía en la garganta.

Cogí las llaves del coche y salí de casa dispuesto a averiguar si quedaba algo de alcohol en la tienda de Joe. Por un momento, me pareció lo más normal del mundo. Me pareció lo único que podía hacer.

Estaba a punto de entrar en el coche cuando tomé conciencia de la locura que estaba a punto de cometer y me planteé si no podría resolver aquel problema de algún modo más cabal.

Entonces fue cuando pensé en construir el cercado.

En un primer momento creí que podría terminarlo antes del anochecer, pero no había contado con las irregularidades del terreno ni, por qué no admitirlo, con el cansancio que me lastraba después de tantas noches en duermevela.

El ocaso me sorprendió con el martillo en la mano y con mucho trabajo por delante.

Lea tuvo que escuchar por fuerza el ruido del martillo contra la madera. Y una vez despierta de su letargo por el abrazo del crepúsculo habría abierto la contraventana para descubrir qué era lo que producía aquel golpetear. La imaginaba allí, mirándome, mientras tomaba una decisión.

El cercado era un reflejo de mi empeño en dejar de alzar barreras entre nosotros, para empezar a construirlas entre nosotros y el mundo exterior.

Pero también significaba otra cosa: también significaba que aceptaba que ahí fuera podía haber algo más. Algo que compartía buena parte de la naturaleza de Lea, pero que había perdido toda su humanidad.



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