El viajero by Georges Simenon

El viajero by Georges Simenon

autor:Georges Simenon [Simenon, Georges]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1941-08-31T16:00:00+00:00


6

El domingo por la tarde, puesto que seguía lloviendo —se anunciaba que la tempestad no terminaría hasta que cambiara la luna—, Gilles y Alice fueron al cine. La banda de chicas, como llamaba Alice a sus amigas, estaba allí, unas filas más adelante, y varios jóvenes se habían instalado detrás de ellas y se apoyaban familiarmente en sus butacas.

Georges, que formaba parte del grupo, se volvía a menudo hacia la pareja. Llevaba el cabello engominado y tenía las cejas negras, la tez mate y una mirada estúpidamente agresiva de tenorio. ¿Acaso para hacerse perdonar los besos interminables en la dársena de los pesqueros Alice deslizó su mano en la de su marido?

Colette había ido a casa de su madre, en la Rue de l’Evescot. En cierta ocasión, mientras ella compraba leche en la tienda, Gilles había visto a la madre de su tía, una mujer enorme y de contornos indecisos que avanzaba como flotando con sus piernas de hidrópica envueltas en gruesas telas, una cara redonda y pálida, cabellos de la misma blancura, unos ojos claros como de la casa del Quai des Ursulines. Alice resopló y, mientras subía por la escalera, se quitó el sombrero, del que se desprendieron gotas de agua.

La señora Rinquet les esperaba en el rellano del primer piso.

—Señor Gilles…

No sabía si hablar delante de la joven que proseguía su camino hacia el dormitorio, para quitarse sus ropas mojadas.

—Desearía decirle algo antes de que vuelva la señora Colette. Hace poco, he recibido una nota de mi hermano. A causa de su posición en la policía, prefiere no venir aquí porque podría ocasionarle contratiempos. Sin embargo, desearía verle. Tiene que comunicarle noticias importantes. Pregunta si usted puede ir esta noche a casa de sus suegros. Como él vive en la Rue Jourdan, sólo a dos puertas de ellos, le será fácil reunirse con usted sin que nadie se entere. Me dice, finalmente, que ha avisado al señor Lepart y que éste le espera. Personalmente, yo creo que, antes de saber de qué se trata, vale más no hablar de ello con la señora Colette, que está ya tan nerviosa.

Colette regresó a las siete y media y se sentaron los tres a la mesa. La casa empezaba a tener sus costumbres. Para no aburrir con sus asuntos a la joven, Colette pidió a Alice que le contara la película de la tarde.

Después, como un matrimonio de edad avanzada, la pareja se vistió y salió. Atravesaron la ciudad azotados por el viento y por la lluvia, que tenía un regusto salado a causa de la bruma marina. En vez de pulsar el timbre, Alice golpeó el buzón, como hacía cuando era niña, y fue su padre quien acudió a abrir.

Se quitaron los abrigos delante del perchero de bambú y Alice se precipitó enseguida hacia la cocina, cuya puerta vidriera se veía al fondo del pasillo, mientras Gilles era introducido en el salón. Aunque les habían advertido tarde de esta visita, los Lepart no habían dejado de preparar una bandeja con licores, copitas de borde dorado y unas pequeñas pastas secas.



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