El verano peligroso by Ernest Hemingway

El verano peligroso by Ernest Hemingway

autor:Ernest Hemingway [Hemingway, Ernest]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1984-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 8

* * *

Tras la ventana, una tormenta sacudía las ramas de los plátanos y llovía ininterrumpidamente. Daba la impresión de que iba a suspenderse la corrida. Sin embargo, las entradas se habían vendido con mucha anticipación y me constaba que la celebrarían a menos que en la hora fijada la arena estuviera demasiado húmeda. Bill no quiso acostarse y salió a comprar los periódicos. Yo intenté dormir, pero no pude. No me importó, ya que lo había hecho durante el viaje. Me preocupaba Bill y su propósito de conducir a todas horas. Busqué a Miguelillo, el mozo de estoque, que me dijo que Antonio dormía profundamente.

Cuando lo vi, Ordóñez se mostraba disgustado a causa del tiempo, pero ansioso por comenzar la lidia. Deseaba tener una segunda oportunidad con Luis Miguel. Me aseguró que en Alicante la pierna no le había molestado lo más mínimo.

—¡Qué bien lo pasamos y qué bien comimos en casa de Pepica! —exclamó—. ¿Verdad, Bill?

—Verdad —respondió este.

—¿Qué tal lo aguanta Bill?

—Mi Bill es un caballo —dije.

Fue una gran corrida en un día pésimo y tanto Ordóñez como Luis Miguel estuvieron magníficos. Antonio Bienvenida, que era el matador más antiguo, se esforzó en realizar un buen trabajo con la capa y en exhibir su sonrisa triste que siempre parecía constar de dos movimientos: apretar los dientes y luego apartar los labios para mostrárnoslos. Sus toros, de Sepúlveda de Yeltes, resultaron difíciles y todo lo que él consiguió fue que lo pareciesen aún más.

A Luis Miguel le habían tocado las dos mejores reses del lote y estuvo soberbio con ambas. Sabía que no podía competir con Antonio en las verónicas, pero lo intentó y lo hizo mejor de lo que nunca le había visto. Estuvo perfecto cuando se colocó detrás de la capa y dio los airosos pases mexicanos de Gaona. Clavó tres pares de banderillas en cada toro con su mejor estilo y su trabajo con la muleta fue hábil, valiente y bello y lo bastante ceñido para dar la sensación de una inminente tragedia a la vez que de una enorme seguridad. Mató uno de los animales bastante bien y el otro a la perfección y cortó dos orejas y el rabo. El público estaba entusiasmado con él y él merecía la ovación.

Antonio conquistó a los espectadores al demostrar su maestría con la capa en un quite a la primera res de Bienvenida. El toro no aceptaba los pases a menos que lo obligaran. Ordóñez consiguió que pareciera no tener un solo defecto.

Cuando Antonio lidiaba su primer animal, el tercero de la tarde, comenzó a llover inesperada e intensamente. La bestia estuvo bien al principio y el diestro se ajustó a ella con precisión; siempre cerca, manejando la empapada capa lentamente, con delicadeza y buen cálculo, de modo que se adelantara a los movimientos del toro, mientras la arena se iba encharcando. La res no era briosa, y su valor y deseos de atacar se apagaron bajo el chaparrón. Antonio la animó con la muleta y la dominó por completo.



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