El velo sagrado by Frank G. Slaughter

El velo sagrado by Frank G. Slaughter

autor:Frank G. Slaughter [Slaughter, Frank G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1959-04-22T16:00:00+00:00


Capítulo 2

MIENTRAS salían de la sala de audiencia, Quinto cogió al mago por su ancha manga.

—Quiero hablar contigo, Simón —le dijo.

Simón era todo sonrisas.

—Desde luego…

—¿Por qué abandonaste Accho antes de que llegásemos?

—Tenía asuntos en Antioquía que no podían esperar.

—¿El asunto de persuadir a Vitelio de que te mandase a Roma para poder entrevistarte con el emperador en mi nombre y ganar su favor por traición?

Simón sonrió y sus blancos dientes relucieron.

—¿Puedes censurar a un hombre que vele por sí mismo? Tú eres un oficial de las legiones con una reputación bien establecida, yo no tengo nada más que mi habilidad y mi ingenio.

—¿Y tus trucos?

—Tiberio había muerto ya cuando llegué. Tenía que defenderme como podía.

—¿Uniendo tus fuerzas con Poncio Pilatos para hacerlo absolver de haber asesinado a tus compatriotas?

El mago se encogió de hombros.

—No tengo ninguna buena voluntad hacia los que me proclamaron Mesías para levantar una revuelta contra los romanos. Se interpusieron en mis planes y me obligaron a huir para salvar la vida. Esto ya lo sabes, porque salvé la tuya al mismo tiempo.

—Por lo cual tengo una deuda contigo —reconoció Quinto.

—Tú y yo podemos trabajar juntos, provechosamente, en Roma —propuso Simón.

—¿Qué puedo ganar de una asociación contigo?

—Tu mujer es una seguidora de Jesús de Nazaret, lo mismo que su tío. Si le recuerdo a Calígula que tanto ella como José de Arimatea hacen pública ostentación de fidelidad a un hombre que fue crucificado como traidor a Roma, pueden pasarlo bastante mal.

Un escalofrío se apoderó de Quinto al oír las palabras de Simón. Recordaba cuán receloso se había mostrado Calígula cuando se trató de si Jesús de Nazaret se había proclamado o no rey de los judíos. No le había escapado tampoco cómo el disoluto emperador había mirado a Verónica. Su fresca e inocente belleza ejercería, sin duda alguna, una potente atracción sobre un hombre tan depravado como Calígula. Más de una mujer rica y bella había ya recibido misivas en nombre del emperador invitándola a sus caricias si no quería ver a su esposo encarcelado e incluso ejecutado bajo un falso pretexto cualquiera.

—No tienes tanta influencia sobre el emperador —dijo Quinto.

Simón hizo un gesto de indiferencia.

—Calígula desconfía ya de ti porque ayudaste a Tiberio a vivir. Me sería fácil convencerlo de que los tres sois traidores.

—¿Por qué has disculpado a Pilatos? ¿Para hacerlo tu deudor?

—Naturalmente. Su mujer es de sangre real y Pilatos cuenta mucho como funcionario romano. Pueden introducirme en las más altas esferas sociales.

Quinto sabía que hombres con menos méritos que Simón habían alcanzado altas posiciones bajo anteriores emperadores. Él mago podía llegar lejos y probablemente lo haría. Como tampoco tenía que ser olvidada la amenaza que pesaba sobre Verónica. Para favorecer su causa, Simón no vacilaría en sacrificar a cualquiera que se pusiese en su camino. Y Quinto, por su parte, no podía hacer nada para eliminarlo. Quizá se viera incluso obligado a ayudarlo, para evitar que Verónica y José sufriesen.



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