El silencio de la ciudad blanca by Eva García Saénz de Urturi

El silencio de la ciudad blanca by Eva García Saénz de Urturi

autor:Eva García Saénz de Urturi [García Sáenz de Urturi, Eva]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-08-15467-9
editor: 2016
publicado: 2016-04-20T16:00:00+00:00


24

EL ROSARIO DE LA AURORA

Vitoria, agosto de 1970

Álvaro Urbina despertó a las seis de la mañana. Emilia había insistido en acudir al rosario de la aurora. Él no tenía fuerzas ni para negarse. Llevaba varias semanas muy apático, ni siquiera le asustó el amago de sobredosis que había sufrido semanas antes, en el piso de Blanca. Puede que hubiera deseado que le hubiese descubierto, tirado y taquicárdico, en el piso de su difunta tía. Ahora le daba igual. Invierno que verano, fiestas o entierros.

Ahora le daba igual.

Se dejó llevar por la riada de fieles que seguían a los blusas que portaban a la Virgen Blanca hacia la escalinata de San Miguel. Un par de abanderados en los laterales guiaban la procesión con enormes banderas blancas. Varias sotanas negras y monaguillos con casullas almidonadas recitaban los cantos y rezos con una vehemencia que a aquellas horas molestaba.

Ya volvía a casa, mirando el suelo distraído, del brazo de su mujer, cuando se topó con unas botas de cuña de madera que reconoció. Levantó la cabeza, tragando saliva, y vio a Javier Ortiz de Zárate y a Blanca Díaz de Antoñana.

Para su sorpresa, el industrial le sonreía abiertamente. No parecía haberle quedado secuelas de la intoxicación que lo había llevado a Urgencias. Blanca también le dedicó una sonrisa social, pero su mirada le advertía algo que no se veía capaz de llegar a adivinar.

En todo caso, su ojo clínico detectó al momento que Blanca estaba diferente. Lo había visto cientos de veces antes en muchas de sus pacientes. Tenía el pecho mucho más relleno y las venas que surcaban el escote se veían más azules y gruesas bajo la fina piel de Blanca. Miró sus tobillos, estaban hinchados y el anillo de casada que tanto odiaba le quedaba más prieto.

—¡Doctor Urbina! ¡Cómo me alegro de verle! —dijo el marido de Blanca, palmeándole los brazos en tono jovial—. Imagino que mi esposa habrá acudido ya a su consulta después de la buena nueva. Le estoy muy agradecido por sus cuidados, casi habíamos perdido la esperanza.

Álvaro reaccionó rápido a la noticia, se colocó la máscara de médico y sonrió con estudiada contención.

—Así es, y debo darle la enhorabuena. Un embarazo siempre trae la dicha al hogar de unos recién casados.

—De hecho, tenía consulta con el doctor Urbina la próxima semana —intervino Blanca, sin dejar de mirar a su marido—. Allí nos vemos, si le parece, doctor. Nos íbamos ya a tomar un helado en La Italiana, a ver si han abierto a estas horas. Estos días solo pienso en comer tortillas manchadas del Naroki y terminar con una leche merengada de Casa Quico.

—Cuídese mientras, señora. Y hace bien en hidratarse. Está reteniendo mucho líquido y con la solanera que nos espera estos días no puede permitirse una lipotimia. Y por Dios, lléveme zapato plano —le contestó Álvaro, metido en su papel.

Javier sonrió, complacido y se despidieron.



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