El Secreto Del Cardenal by Elizabeth Eyre

El Secreto Del Cardenal by Elizabeth Eyre

autor:Elizabeth Eyre
La lengua: es
Format: mobi
ISBN: 9780151236824
editor: Plaza y Janés
publicado: 2010-09-04T22:00:00+00:00


26

Visto y no visto

El movimiento que había en Fontecasta también era de carácter urgente. Minerva, educada como una princesa, acostumbrada a que se hiciera lo que ella deseaba e inspirada, además, por sus ideas acerca del heroísmo, logró salirse con la suya a pesar de los esfuerzos realizados por Mirandola para impedírselo. Sibila, lejos de intentar impedírselo, decidió, al parecer, acompañarla, y si no hubiese sido porque no podían llevarse a Mirandola ni dejarlo solo, se habría ido con ella.

Sibila estaba muy enfadada por la muerte de Gruchio, pese a que no había parecido tenerle mucho aprecio cuando vivía. Aunque tal vez su enfado estuviese dirigido hacia su persona por haber permitido que lo mataran, lo cierto es que, según pudo verse, le dio fuerzas para enterrarlo. Evidentemente, no pensaba que fuera seguro o prudente abandonarlo sin darle sepultura. Sus gestos y las palabras que de vez en cuando resultaban inteligibles pusieron de manifiesto su idea de que los terribles visitantes que habían tenido aquella noche podían regresar, por lo que Minerva la ayudó a arrastrar el cuerpo del anciano hasta la tumba y, como no lograron bajarlo, a dejarle caer rodando. Cuando Sibila empezó a arrojar vigorosas paladas de tierra y piedras sobre los canosos cabellos y la sanguinolenta y pálida cara del cadáver, la muchacha tuvo que apartar la mirada. Mirandola insistió en que lo sacaran al cementerio del huerto para rezar una oración. Cuando hubo terminado, Sibila se santiguó y comenzó a recitar un estridente e incomprensible sonsonete de cosecha propia antes de limpiar la pala. Minerva creyó entender alguna palabra de la monserga que Sibila había proferido, pero como no era latín ni italiano y ella sólo sabía un poco de griego, supuso que la anciana se lo había inventado.

Sibila la ayudó a ensillar la mejor de las dos jacas que había en el establo, lo cual le vino bien, porque se había quedado mirándolas con cara de pensar que normalmente a ella los caballos le llegaban mejor equipados que aquél, que sólo tenía un cabestro, y que los arreos que había colgados de la pared no iban a moverse por arte de magia. Sibila apretó la cincha golpeando al caballo en la tripa y aprovechó su sobresalto para tirar de la correa, tras lo cual indicó a Minerva el camino de Colleverde moviendo la mano convulsamente y diciendo una palabra como es debido: «recto». A continuación la muchacha se puso en marcha.

En aquel mismo instante, Ángelo estaba alquilando caballos para ir a Fontecasta. Segismundo le había dicho que en la villa había caballos para Gruchio y el señor ciego, y que la muchacha podía ir montada detrás de uno de ellos; la anciana, si no quería cabalgar detrás de Gruchio, podía ir en el burro que había en el huerto.

—Vas a tratar con gente muy testaruda —le advirtió.

Ángelo se limitó a enseñarle los dientes con la misma naturalidad que mostraba al desenfundar los cuchillos. Benno, en lugar de sentirse ofendido por el hecho de que



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