El señor de los que callan by Elizabeth Peters

El señor de los que callan by Elizabeth Peters

autor:Elizabeth Peters [Elizabeth Peters]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Amelia Peabody
publicado: 2015-03-15T13:47:55+00:00


* * *

- Creí que el señor Lansing dijo que la tumba estaba detrás del templo Ptolemaico -dijo Nefret cuando alcanzaron el Asasif.

- Estaba en un error. Kuentz dijo que estaba más cerca de Deir el Bahri. El acceso más sencillo es por la calzada de Hatsepsut.

Eran pasadas las tres de la tarde. El sol les daba en los ojos cuando enfilaron hacia el este, y el calor se levantaba desde el árido suelo. Había poca gente por los alrededores; los turistas se habían retirado a sus hoteles, los guardas echaban la siesta a la sombra y, como todos los excavadores sensatos (excepto Emerson), Lansing había parado por ese día. Sin embargo, el yacimiento no estaba completamente desierto; cuando pasaron, un hombre se levantó y corrió hacia ellos, agitando frenéticamente los brazos.

- Es el señor Barton -dijo Nefret, deteniendo a la yegua-. Me pregunto qué querrá.

- Verte otra vez, imagino.

- No seas absurdo. Recuerda a Don Quijote, ¿verdad?, o quizás a uno de los molinos… Buenas tardes, señor Barton.

Barton se balanceó hasta detenerse.

- Buenas tardes. ¿Están buscándome a mí., a nosotros… a Lansing?

Sus ojos estaban fijos en Nefret, como los de un perro que está esperando una palmadita en la cabeza, así que Ramsés dejó que le respondiera ella.

- No creímos que estuviera aquí tan tarde -dijo ella con mucho tacto-. Estábamos pensando echar un vistazo al lugar donde Alain cogió al supuesto ladrón de tumbas.

- ¿Alain? Oh, Kuentz. Sí, está bien. ¿Saben dónde está?

- Creo que sí -dijo Ramsés-. Si nos disculpa…

- ¿Le importa si les acompaño? Puedo mantener el paso, camino verdaderamente rápido.

Nefret era demasiado bondadosa para resistirse. Le dio la esperada palmadita.

- Si le apetece. De cualquier modo, tendremos que ir a pie la mayor parte del camino.

Dejaron a Jamil y a los caballos junto a la segunda terraza del templo y continuaron, siguiendo un estrecho camino que ascendía con una inclinación constante, esquivando montones de roca desprendida. Había muchos senderos como ése, muy frecuentados por los pies seguros, y a menudo descalzos, de la gente de Gurna o por cabras; algunos llevaban en uso desde los tiempos antiguos. Cuando se detuvieron a recuperar el aliento estaban lo suficientemente alto como para ver con claridad a través de los cultivos hasta el río. La línea entre el prado y el árido desierto era tan nítida como si hubiese sido dibujada con la punta de un cuchillo. Nefret sentía cómo el sudor formaba un charco entre sus pechos y chorreaba por su espalda. También había manchas oscuras en la camisa de Ramsés y Barton respiraba ruidosamente. La había seguido tan de cerca que una o dos veces ella había tenido que dar un salto para evitar pisar sus pies extremadamente largos. Si el joven había esperado la oportunidad de precipitarse en su ayuda se había llevado una decepción.

- Aquí es donde encontraron el escondite de las momias reales -dijo Ramsés, señalando el pie del acantilado.

- ¿Dónde? -preguntó Barton ansioso-. Leí algo sobre ello pero aún no lo he visto.



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