El rey de las hormigas by Zbigniew Herbert

El rey de las hormigas by Zbigniew Herbert

autor:Zbigniew Herbert [Zbigniew Herbert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788417346768
editor: Acantilado
publicado: 2019-03-07T05:00:00+00:00


EL GENERAL OLÍMPICO

Ares era hijo de Zeus y de Hera. Formaba parte de los doce olímpicos (a saber si a causa de una adoración incomprensible del número doce o por alguna otra razón de peso). Era un dios de segunda categoría, subalterno y despreciado por todo el mundo.

Su nombre procede de un adjetivo. ¿Es posible imaginar un origen más proletario?

En un trozo de cerámica conservado en Berlín, vemos a Ares sentado en el extremo más lejano de la mesa. Recuerda mucho al desgraciado Buddenbrook que decía tener los nervios de un lado del cuerpo demasiado cortos. Ares es el único neurasténico entre los dioses del Olimpo, un neurasténico muy poderoso.

Homero no es excesivamente benévolo con él. En la Ilíada, lo muestra más bien como un demonio de la batalla, un guerrero irreflexivo. Admite que posee dos rasgos que lo distinguen de los demás: piernas fuertes y voz potente. En la carga, pero también en la huida, Ares no tuvo igual. Herido por Diomedes, gritó como diez mil varones.

Los dioses griegos eran inmortales, pero susceptibles de padecer heridas, enfermedades y humillaciones. A Ares le tocó recibir una cantidad particularmente grande de estas últimas.

Durante la rebelión de los gigantes, los terribles y melenudos hijos de Aloeo lo derribaron y lo encerraron en una urna de bronce, de donde salió al cabo de trece meses, más muerto que vivo y con la moral por los suelos.

Ares asesinó al hijo de Poseidón, pero negó haberlo hecho. Por lo tanto, era un mentiroso, y éste es un rasgo de carácter estrechamente vinculado con la cobardía.

Heracles lo obligó a huir del Olimpo.

Sus conocimientos de la ciencia militar se reducían básicamente a la estrategia, cuyo único principio era un ataque furibundo seguido de una retirada no menos furibunda. En este aspecto, recordaba un poco a Napoleón Bonaparte.

Su principal adversario era la prudente Atenea, una experta en táctica y estrategia. Atenea siempre sopesaba las probabilidades y jamás se enzarzaba en escaramuzas caóticas.

Ares solía involucrarse en guerras sin ningún móvil ideológico. Traicionaba fácilmente y a menudo.

Lo que más le gustaba era matar con sus propias manos, y esta predilección apunta claramente a una ascendencia bárbara.

No lo amaba nadie, excepto los reclutas jóvenes, ya que éstos van a la guerra profundamente convencidos de que va a ser una juerga muy divertida, pero como no vuelven nunca, no pueden confirmar ni desmentir aquella primera impresión.

Se ha observado con razón que Ares ha nutrido muchos mitos, lo que significa que todo el mundo chismorreaba a hurtadillas sobre él con fruición. Pero no tenía su propio culto, y los templos en su honor son muy escasos.

Entre los dioses con formación académica y buenos modales, Ares era un verdadero bárbaro.

He aquí cómo Herodoto describe el culto a Ares entre los escitas:

… en cada provincia de sus dominios tienen erigido un santuario dedicado a Ares que presenta las siguientes características. En una extensión de unos tres estadios de largo por otros tantos de ancho, siendo menor su altura, hay amontonados haces de fajina; y sobre



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