El Rey de la Ciudad Púrpura by Rebecca Gablé

El Rey de la Ciudad Púrpura by Rebecca Gablé

autor:Rebecca Gablé [Gablé, Rebecca]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2000-12-31T16:00:00+00:00


Londres, diciembre de 1337

—Feliz Navidad, maese Durham —le deseó el capitán del Felipa al despedirse, después de atracar en Wool Quay—. ¿Qué le digo a la tripulación? ¿Que esté a bordo el día después de Reyes?

Jonah carraspeó.

—Todavía… no lo sé, Hamo. Os avisaré.

Cruzó despacio la pasarela y apoyó la mano un instante en el cabo con el que estaba afianzado el Felipa.

Cuando volviera a partir llevaría el cargamento de otro, por inconcebible que pudiera parecer. Ése era su barco. Había estudiado los planos con el constructor, había dado precisas indicaciones sobre el aspecto que debía tener el nombre. Pero sólo era cuestión de días que pasara a engrosar la flota de los Bardi…

Se quedó parado en el puerto, sin saber adónde ir. Sólo las miradas de extrañeza desde cubierta lo instaron a marcharse al cabo. Hacía tres días que lo sabía. Había tenido tres días para rumiar su ruina, para hacerse a la idea. Sin embargo, todavía no había realizado muchos progresos. Seguía conmocionado, y cada uno de los pasos sin rumbo que daba era como vadear unas aguas turbias, cenagosas.

Jonah enfiló la calle Thames, la capucha bien echada sobre el rostro, sin prestar atención al ambiente festivo, las campanas de las iglesias, las ramas de muérdago de las puertas, la alborozada gente. No veía nada ni oía nada. En las callejuelas de Ropery la nieve llegaba casi hasta los tobillos, y Jonah avanzaba absorto en sus pensamientos.

Abrió la puerta, cerró y dejó vagar la mirada un instante por el silencioso y nevado patio. De pronto lo asaltó el dolor de la inevitable pérdida, un dolor inusitadamente intenso. En su sordo estado de conmoción, hasta ese momento Jonah sólo había considerado cosas abstractas, como la vergüenza, la burla y la pobreza. Mas ahora que se hallaba allí, contemplando su patio, experimentó un amargo presentimiento de la nostalgia que sentiría.

Se puso en marcha de nuevo y se dirigió a la casa. Pequeños capuchones de nieve cubrían la lavanda de Rachel. Abrió la puerta procurando no hacer ruido. De la cocina llegaban voces y risas. Subió la escalera a hurtadillas y en la sala encontró a Crispin y David a solas con Cecil. El oficial se volvió.

—¡Jonah! Bienvenido a casa.

Asustado, David levantó la vista y lo saludó en voz queda. Aun sumido en su tristeza, Jonah supo que algo no iba bien. No era una percepción clara, sino más bien una sensación, como si otro peso cayera sobre sus hombros y de repente sus rodillas amenazaran con ceder. Se apoyó en el marco de la puerta.

—¿Qué sucede? ¿Ha muerto mi esposa de sobreparto?

—No —se apresuró a responder Crispin—. Se está restableciendo. Y tienes un hijo sano como una manzana, Jonah.

Éste dio media vuelta en silencio, antes de que pudieran felicitarlo, y recorrió el corto pasillo que conducía a su alcoba. Recordó fugazmente cómo se había reído de Giuseppe Bardi porque el embarazo de Beatrice aumentaba sus preocupaciones con respecto al futuro. Ahora sería el pequeño hijo de Giuseppe el que llevara culeros de seda y el de Jonah el que creciera en la pobreza.



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