El rey de Jerusalén by Jesús Alberto Reyes Cornejo

El rey de Jerusalén by Jesús Alberto Reyes Cornejo

autor:Jesús Alberto Reyes Cornejo [Reyes Cornejo, Jesús Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-15T00:00:00+00:00


* * *

Es de día en Jerusalén y la luz ya entra por la ventana del dormitorio real. El rey permanece durmiendo sobre la cama de la misma forma en la que se acostó y con la corona puesta e inclinada sobre el lecho. La puerta de su dormitorio se abre y, muy lentamente, el gigantón hospitalario asoma la cabeza y ve a su majestad durmiendo; sigilosamente, se acerca a Balduino con delicadeza para decirle:

—¡Majestad, os reclaman los asuntos del reino!

El rey primero abre un ojo y después el otro, luego gira su cabeza y ve a Elías, este le vuelve a decir acercándose a él:

—Majestad, os toca vestiros, hay mucha gente por fuera del palacio que os pide audiencia.

El rey se viste a toda prisa mientras le dice a Elías con sarcasmo:

—Lo que más odio de esta enfermedad es que nadie me puede ayudar a vestir como a los monarcas de otros reinos, el mío es diferente. —Luego sonríe y a toda prisa se pone una túnica gris con la cruz de Jerusalén en el pecho, vuelve a sonreír, coge la corona de encima del lecho y sale de la habitación, y detrás, Elías con paso apresurado lo sigue.

—¡Señor!, ¡señor! —exclama Elías mientras Balduino sin hacerle caso continúa la marcha. La guardia le abre la puerta del salón de trono, el joven rey se coloca en su sitial, ajustándose bien la corona.

Elías llega a un lado del rey cuando este ya se ha sentado y Guillermo se sitúa enfrente de su majestad, y le hace una reverencia; por su parte, la guardia se coloca ceremoniosamente a ambos lados del trono.

Guillermo mira al rey y con una media sonrisa carraspea para luego decir:

—Vuestros pies, señor, están desnudos —Balduino mira con sorpresa sus blancos pies, mientras sentado en el trono solo su dedo gordo llega a tocar el frío mármol.

Elías doblando su espalda se acerca al oído del rey y le comenta:

—Es lo que quería decirle señor.

Balduino también carraspea como si no hubiese oído nada, luego suavemente se dirige a Guillermo:

—Prosiga, senescal del reino.

Guillermo vuelve a hacer una reverencia:

—¡Perdón, señor! —se excusa y, luego de hacer una pausa, prosigue—: El jefe de los beduinos, Saleh, solicita audiencia con vuestra majestad. ¡Señor, hay cientos de beduinos nómadas acampados fuera de las murallas de Jerusalén!

Balduino asiente con la cabeza, y Guillermo vuelve a hacer una reverencia al rey y se dirige a la guardia.

—Dejad pasar por orden del rey a Saleh, el beduino.

Al abrirse la puerta, Balduino fija su mirada en Saleh, un hombre joven de complexión fuerte y mediana estatura, cuya túnica y turbante azul contrastan vivamente con su piel oscura y pelo negro ensortijado, Saleh va descalzo.

Al llegar cerca del trono, pone su mano en el pecho y hace una reverencia con su cabeza, el rey le corresponde inclinando levemente su sien, luego deja oír su voz grave con un extraño acento de hombre del desierto:

—Señor, mi pueblo que vive en el desierto os desea larga vida y os pide fervientemente que no dejéis el reino.



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