El regreso by Erich Maria Remarque

El regreso by Erich Maria Remarque

autor:Erich Maria Remarque [Remarque, Erich Maria]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 1930-12-31T16:00:00+00:00


II

La calle principal está cubierta por la niebla de la noche, húmeda y plateada. Grandes halos amarillos en torno a los faroles. Las personas caminan sobre algodón. A izquierda y derecha, los escaparates semejan hogueras misteriosas. Wolf emerge de la oscuridad y vuelve a desaparecer. Junto a los faroles, los árboles despiden un brillo negro y húmedo.

Valentin Laher está conmigo. No es que se queje precisamente, pero no puede olvidar su número de trapecio, con el que se presentó en París y Budapest.

—Eso se acabó, Ernst —dice—, los huesos crujen, y también tengo reúma. He probado y probado hasta quedarme roto. Ya no tiene objeto que comience de nuevo.

—¿Qué harás entonces, Valentin? —le pregunto—; en realidad, el Estado tendría que pagarte una pensión como a los oficiales jubilados.

—¡Bah! El Estado… el Estado… —responde Valentin desdeñosamente—, ése da sólo a quienes abren la boca como se debe. Estoy ahora preparándome para ejercitar un par de cosas con una bailarina; un número de espectáculo, ¿sabes? Eso le gusta al público, pero no es mucho; y realmente un artista que se precie tendría que avergonzarse de hacer una cosa así. Pero qué le vamos a hacer, uno tiene que vivir.

Valentin quiere ir al ensayo y me decido a acompañarle. En la esquina de la Hamkenstrasse, pasa por delante de nosotros, a través de la niebla, un sombrero flexible negro, debajo del cual se distingue un impermeable de color amarillo canario y una cartera de mano.

—Arthur… —llamo.

Ledderhose se detiene.

—¡Rayos! —exclama Valentin—, pues, sí que has progresado.

Y observa con ojos de perito en la materia la corbata de Arthur, de seda artificial, con adornos de color lila. Una corbata magnífica.

—Se va tirando, se va tirando —dice Ledderhose, halagado y presuroso.

—Y la preciosa tapadera sabática —se asomaba de nuevo Valentin, contemplando el sombrero flexible.

Ledderhose quiere seguir su camino. Da golpecitos en su cartera de mano.

—Tengo cosas que hacer, tengo que hacer…

—¿Es que ya no tienes el estanco? —le pregunto.

—Sí —responde—, pero ahora sólo comercio al por mayor. ¿No sabéis de algún sitio para oficinas? Pagaré lo que sea.

—No sabemos nada de locales para oficina —dice Valentin—, todavía no hemos llegado a tanto. Pero ¿qué hace tu mujer?

—¿Cómo? —pregunta Ledderhose, reservado.

—Hombre, cuando estábamos en las trincheras te lamentabas más que suficiente a causa de ella. Se había quedado demasiado delgada para tu gusto, y a ti te agradan las de carnes prietas.

Arthur sacude la cabeza.

—Ya no puedo recordarlo —contesta.

Y se marcha. Valentin se echa a reír.

—Cómo pueden cambiar las personas, Ernst, ¿verdad? En las trincheras, era sólo un quejica, y ahora es un hombre de negocios floreciente. ¡Con la cantidad de porquerías que hizo durante la guerra! Y ahora ya no quiere saber nada de nada.

—Pero le parece ir condenadamente bien —digo, pensativo.



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