El Quijote. by Cervantes Saavedra Miguel de

El Quijote. by Cervantes Saavedra Miguel de

autor:Cervantes Saavedra, Miguel de,
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones UC,
publicado: 2017-08-01T16:00:00+00:00


Capítulo VI ~ Don Quijote, la sirvienta y la sobrina

Mientras que Sancho Panza y su mujer Teresa terminaban su conversación, la sobrina y la sirvienta de don Quijote no estaban ociosas y concluyeron por mil señales que su tío y señor quería partir una tercera vez al ejercicio de la caballería. Trataban por todas las vías posibles de apartarlo de tan mal pensamiento, pero todo era inútil. Entre otras muchas discusiones que tuvieron con él, la sirvienta le dijo:

–En verdad, señor mío, que si usted no muestra cordura y se está quieto en su casa, y se deja de andar por los montes y por los valles como alma en pena, yo me tendré que quejar con Dios, el rey o quien sea que me escuche para que solucione su problema.

A lo que don Quijote respondió:

–Lo que Dios responderá a tus quejas yo no lo sé, ni lo que responderá su majestad tampoco. Solo sé que si yo fuera rey no contestaría la infinidad de peticiones que la gente hace todos los días, pues uno de los mayores trabajos que los reyes tienen, entre muchos otros, es estar obligados a escuchar y responder a todos y, así, no querría yo que cosas mías le trajeran más trabajo.

A lo que la sirvienta dijo:

–Díganos, señor, ¿no hay caballeros en la corte de su majestad?

–Sí, muchos –respondió don Quijote– para grandeza de los príncipes y ostentación de la majestad real.

–Pero, ¿no podría ser usted –replicó ella– uno de los que sirven tranquilamente a su rey quedándose en la corte?

–Mira, amiga –respondió don Quijote–, no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todo tiene que haber en el mundo. Y aunque todos seamos caballeros, hay mucha diferencia entre unos y otros. Mientras los cortesanos se pasean por el mundo mirando un mapa, sin salir de sus habitaciones, sin que les cueste dinero y sin pasar calor ni frío, hambre ni sed; nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, de noche y de día, a pie y a caballo, caminamos toda la tierra con nuestros mismos pies. Así no solamente conocemos a los enemigos pintados, sino en persona, y en los momentos decisivos luchamos con ellos, sin pensar en niñerías. Además, has de saber: que aunque el buen caballero andante vea diez gigantes, estos no lo espantarán y, si fuera posible, los vencerá en un instante, aunque vengan con escudos hechos de concha de tortuga y en lugar de espadas trajesen cuchillos adornados con piedras preciosas. Todo esto te digo para que veas la diferencia que hay entre unos caballeros y otros. También, sería mejor que no hubiese príncipe que no pensara más en esta segunda o, mejor dicho, primera especie de caballeros andantes que, según leemos en sus historias, han sido la alegría y salvación de tantos reinos.

–¡Ah, señor mío! –dijo en este momento la sobrina–. Todo eso que dice de los caballeros andantes es mentira y, si no hubieran



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