El planeta de los centauros by Joseph Berna

El planeta de los centauros by Joseph Berna

autor:Joseph Berna [Berna, Joseph]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1981-06-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

Rex Taylor apagó la minúscula pantalla y volvió a colgar el pequeño transmisor en su cinto.

—Ya lo habéis oído, muchachos. Tenemos que atrapar un centauro y llevárselo al comandante Zebec para que se convenza de que no le hemos estado tomando el pelo.

—A mí no me disgusta la idea —dijo Evan Robertson, sonriendo de forma pícara—. Porque supongo que intentaremos atrapar una mujer caballo, ¿no, teniente?

—Será mucho más fácil que atrapar un hombre-caballo —opinó Tapio Viren.

—Y mucho más interesante también —añadió Giulio Lualdi.

Carla Reimann intentó tantear nuevamente el hígado del italiano con su codo izquierdo, pero Giulio anduvo listo en esta ocasión y se apartó a tiempo, dando un ágil salto.

—¡Esta vez fallaste, preciosa! —rio el italiano.

—Mujeriego… —masculló la pelirroja, mirándolo ceñudamente.

Rex Taylor alzó las manos y rogó:

—Basta de bromas, por favor, que la cosa en más seria de lo que parece. Sé que podemos atrapar fácilmente un centauro, tanto si se trata de un macho como de una hembra. No tenemos más que dispararle con una de nuestras pistolas de rayos láser, regulada al mínimo de su potencia, para dejarlo inconsciente durante un buen rato. Tampoco sería problema cargar con él y llevarlo a nuestra astronave, disponiendo como disponemos de propulsores individuales. El problema estriba en localizar un centauro que se halle solo en ese momento, como sucedió con la mujer-caballo que se ocultó en esta cueva. Sospecho que eso va a ser muy difícil, porque la mujer-caballo que huyó de nosotros a galope tendido habrá dado ya la alarma, y muy pronto todos los centauros del planeta sabrán que hay seres extraños en su mundo. En buena lógica, debemos encontrarlos preparados para la defensa. Y, en esas condiciones, atrapar a uno de ellos puede resultar sumamente peligroso, como ya le dije al comandante. Sus compañeros tratarán de impedir que nos lo llevemos, y Dios sabe qué puede ocurrir.

—Tiene usted razón, teniente —habló Hermes Ramírez—. Sin embargo, yo prefiero enfrentarme a toda una manada de centauros furiosos a tener que vérmelas con el comandante Zebec.

—¡Toma, y yo! —exclamó Tapio, sin dudar.

—¡Lo mismo digo! —opinó Giulio.

—¡Y yo! —manifestó Evan.

—Creo que nosotras también, ¿verdad, Tania? —habló Carla.

—Por supuesto —respondió Tania Silova.

Rex Taylor esbozó una sonrisa.

—En eso estamos todos de acuerdo, muchachos. No podemos regresar a la astronave sin el centauro porque el comandante Zebec creerá que le tomamos la cabellera, se convertirá en un hombre-caballo, y nos molerá a coces a todos.

Sus compañeros se echaron a reír.

—Bueno, tal vez no llegase a tanto —rio también Rex—. Pero, desde luego nos haría pasar un mal rato a todos. De manera especial a mí, pues me cree el autor de lo que él considera una broma. No tenemos más remedio, por tanto, que atrapar un centauro. Cueste lo que cueste.



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