El Peregrino by Jesus Torbado

El Peregrino by Jesus Torbado

autor:Jesus Torbado
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2010-06-12T23:00:00+00:00


Llegaron a dormir a un albergue de Molinaseca, en el fondo de un grupo de grandes valles que formaban un círculo verde y floreciente. Pero la mula de Martín caminaba a cada paso con mayores dificultades. A la mañana siguiente, la encontraron tumbada en la cuadra, adormilada e inmóvil. Ni el posadero ni alguna gente del pueblo a la que avisaron pudieron saber qué le ocurría.

—Se va a morir —comentó el hijo del posadero.

—Ha sido la maldición del monje Guacelmo.

—¿Habéis tropezado con él?

—Arriba, en lo alto del monte.

—¿Os ha pedido dinero?

—Cinco sueldos le pagamos por unas misas —dijo Iscam.

Todos los que intentaban curar a la mula se echaron a reír con grandes carcajadas.

—Es el más listo de los mendigos de El Bierzo —dijo el posadero—. Anuncia penas del infierno a todo el que encuentra y luego se queda con el dinero de sus penitencias.

—Y maldijo a nuestras mulas —añadió Martín.

—Yo de maldiciones no sé, pero esta mula no quiere seguir andando.

—¡Cuero de Satanás! —blasfemó Iscam, pensando en el monje vagabundo.

Tiraron tres hombres del cabezal, le dieron patadas en las ancas y en el vientre. La obligaron a beber un cocimiento de yerbas que prepararon en la lumbre del albergue. El animal siguió negándose a moverse. Nadie acertaba con lo que se podía hacer: o bien esperaban su curación o la dejaban allí abandonada.

El posadero se ofreció a cuidar de ella y, si moría, a hacer cecina y embutidos con su carne y repartirlos gratis entre los peregrinos pobres, a los que pediría una oración por las almas de sus dueños. Si regresaban ellos por el mismo camino y la mula continuaba sana y con vida, se la devolvería después de cobrarles el pienso y los cuidados. Si estaba muerta, habrían hecho caridad con otros romeros.

El mozárabe opinó que no podían empeñarse en una espera tan incierta. Con mucha pena, Martín de Châtillon estuvo de acuerdo.

Cargaron, pues, lo más valioso en la otra mula y consiguieron cambiar a los del pueblo las alforjas moriscas y lo poco que les sobraba del equipaje por buenas piezas de cecina de chivo y estómagos de cordero llenos de carne de cerdo curada. Allí se quedaba la mula de los monjes de San Facundo, tan negra como ellos, tumbada ante su destino.

—Tan falsa como las reliquias que dimos en pago —dijo apenado el peregrino.

Era casi mediodía cuando reemprendieron la marcha.



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