El parisino by Isabella Hammad

El parisino by Isabella Hammad

autor:Isabella Hammad [Hammad, Isabella]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


10

Aquella noche nevó. Por la mañana, el cielo ahogó Naplusa con un humo blanco y espeso que se condensó en capas de nieve que llegaban al muslo y ponían silencio en todas las casas. Ningún pájaro cantaba. Unos días después la humedad invadió el grano almacenado y pudrió las hortalizas. La gente se envolvía las piernas con sacos para ir a casa de los vecinos y aquel era el único medio para comunicar y recibir noticias.

Las ventanas del monte Gerizim estaban selladas por estriadas pantallas de hielo. Midhat estaba escondido en su dormitorio y solo salía a la hora de las comidas. Desde la última conversación que habían sostenido, Um Taher no había vuelto a tocar el tema del matrimonio. Pero como no tenía nada que hacer, salvo coser, se obsesionó por lo que el cura casi le había dicho acerca de los samaritanos. Como es lógico, el fragmento de chisme podía no significar nada en absoluto; fuera cual fuese la maldición que viera echar —⁠un hechizo en que figurase un ave era siempre una maldición⁠—, la persona destinataria podía haber sido cualquiera. Y sin embargo, su cerebro pintaba, en la blanca nieve que había al otro lado de la ventana de la cocina, imágenes de naplusíes envidiosos que echaban maldiciones sobre su nieto. Contra su potencial matrimonial. Contra su salud. La mente de la anciana no tenía límites: Midhat podía sostener luchas titánicas para ver más allá de sus narices, pero Um Taher imaginaba posibilidades futuras que iban mucho más lejos.

A mediados de febrero de 1920 llegaron los primeros vilanos entre la nieve de las laderas, que ya empezaba a derretirse en pequeños círculos. La blancura del cielo se cortó y desapareció y el aire quedó al final de un color azul limpio y claro. Las sábanas que cubrían las montañas se arrugaron, las calles se volvieron grises, los vecinos llenaron las calles y los niños jugaron en los espacios abiertos.

Una mañana de marzo, cuando despertó la gente, advirtió que el frío había remitido. El aire era agradable, los pájaros cantaban, el hielo se escurría por las laderas y llenaba las calles de nieve sucia. Las mujeres de Naplusa iban de excursión a Ras al-Ayn y se sentaban junto a las cascadas con cestas de frutos secos, mientras sus retoños lavaban lechuga en el agua fría, sujetando las hojas con la mano abierta para que la corriente no las tronchase. Los periódicos volvían a circular, las líneas telegráficas funcionaban y Naplusa se enteró por fin de lo que sucedía en Damasco y en Jerusalén.

Las negociaciones entre Feisal y los franceses, de las que Hani había hablado a Midhat en su carta, no tardaron en hacerse públicas. También los estallidos de violencia en las tierras del interior. La agitación sacudía Palestina y había fotos en las que aparecían habitantes de las ciudades costeras con pancartas que decían: PALESTINA ES PARTE DE SIRIA MERIDIONAL y NO A LOS SIONISTAS EN PALESTINA. «Violentamente reprimidos por los británicos», decía el periodista. «Se han prohibido todas las manifestaciones».



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