El país del delfín verde by Elizabeth Goudge

El país del delfín verde by Elizabeth Goudge

autor:Elizabeth Goudge
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 1946-08-09T23:00:00+00:00


2

La tenacidad física de Marianne quedó demostrada por la rapidez de su convalecencia. Durante unos días atravesó una crisis de desesperación por William, pero una nota escrita por él, que trajo a su regreso un muchacho maorí, el hijo mayor de Hine-Moa y Kapua-Manga, quien con riesgo de su vida había descendido por el crecido río en una canoa con el recado de que ella estaba bien y del nacimiento de la niña, tranquilizó su espíritu. La garabateada nota de William decía que estaba ebrio de júbilo por la noticia de que no le había sucedido nada y del nacimiento de su hijita, que él también estaba bien y pronto volvería, pero que en la aldea maorí junto a la costa había tenido lugar un naufragio y había mucho que hacer antes de emprender el camino de regreso.

—Espero que no habrán sufrido ningún daño las barcazas, ni el malecón, ni los cobertizos de la costa, ¿eh? —dijo Marianne a Tai Haruru.

—Todo está construido con mucha solidez —dijo él con una sonrisa. Aun no se había dado cuenta de la extensión de las pérdidas acarreadas por el temblor de tierra y hasta que se encontrase más fuerte no quería que llegasen a su conocimiento. Él adivinaba que su prosperidad, por la cual ella había trabajado con tanta ambición, había recibido un serio revés. Aquello no inmutaría ni a él ni a William, pero causaría grave impresión en Marianne; ya había recibido un severo desengaño relativo al sexo de su hijo.

Con la mente en paz y el cuerpo descansado, Marianne fué capaz de preocuparse de su aspecto. Poco había hecho durante los primeros cinco días, ya que los escombros de la casa se habían amontonado sobre su guardarropía y aunque ella dió órdenes urgentes para rescatar la caja que contenía sus vestidos, peinadores, gorras de encaje y los pañales del niño, a fin de que éstos fuesen los primeros trabajos de salvamento que se llevasen a cabo en la colonia, no se atendieron sus órdenes por considerar que había otras cosas más importantes que cumplir. Pero, finalmente, hallaron la caja y se la llevaron, y una tarde soleada y de cálida calma se dedicó a la tarea de hacerse presentable. La desnuda y pequeña habitación de Tai Haruru, donde aun tenía Marianne su cama por ser la única habitable de la colonia, había sido aseada y cubierta de flores otoñales. Un gran espejo resquebrajado fué colocado a los pies de la cama.

—Ahora vete —dijo algo secamente a Hine-Moa—, y llévate a la niña. Sé que es beneficioso para sus pulmones ejercitarlos lo máximo posible, pero el ruido que arma no es conveniente para los tímpanos de mis oídos, ya que son excepcionalmente delicados.

Hine-Moa salió algo encolerizada, llevando al bebé en sus brazos con apasionado afecto. Ciertamente que aquella insignificancia armaba un ruido no proporcionado a su tamaño, pero era una hermosa criatura, de piel blanca y ojos azules, y Hine-Moa resentíase hondamente de la indiferencia que mostraba Marianne hacia ella. Aunque, naturalmente,



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