El país de las nubes purpúreas by Arkadi Strugatsky & Boris Strugatsky

El país de las nubes purpúreas by Arkadi Strugatsky & Boris Strugatsky

autor:Arkadi Strugatsky & Boris Strugatsky [Strugatsky, Arkadi & Strugatsky, Boris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1958-12-31T16:00:00+00:00


VENUS A VISTA DE PÁJARO

Las comunicaciones se normalizaron al cabo de un día, y tan inesperadamente como se habían interrumpido. Por lo visto, el «Jius» había salido del «Lugar embrujado», la extraña región del espacio que poseía cualidades aún desconocidas en relación con las ondas de radio. Se discutió mucho sobre este fenómeno, se habían presentado algunas hipótesis, entre las cuales algunas completamente absurdas (Daugé declaró que los componentes de la tripulación eran víctimas de una psicosis general), y Yurkovskiy empezó a desarrollar una hipótesis de no sé qué reflejos cuatri-dimensionales, intentando con ayuda del mejor matemático de a bordo, Mijail Antonovich Krutikov, introducir unas «nociones físicas correctas de puntos en el espacio», a través de las cuales las vibraciones electromagnéticas pasaron solo en una dirección. En lo que se refiere a Bikov, el primer tiempo se sentía ofendido por la indiferencia de los camaradas hacia la muerte de Lloyd. Le parecía casi un sacrilegio hablar de teorías y fórmulas dos horas después de lo que habían sido testigos. La catástrofe del «Star» produjo en él una enorme impresión. Aturdido y abatido se paseaba por la astronave y con dificultad respondía a las preguntas y realizaba los pequeños encargos que le daba Ermakov.

Hasta el encuentro con Venus faltaban tan solo unos quince-veinte millones de kilómetros. El vuelo se aproximaba a su fin. Llegaba el momento más crítico de la expedición, el descenso a la superficie de Venus. Con raras excepciones, esto no había sido posible ni a los mejores astronautas del mundo. Y no merecían censura, sino admiración, aquellos que con el esfuerzo de su bien entrenada fuerza de voluntad se obligaban a sí mismos a olvidar los sufrimientos en las pruebas del pasado, y concentrar toda su atención en los intereses presentes. Esto al principio no lo comprendía Bikov. Pero ahora los veía como soldados que iban al ataque habiendo dejado atrás a los muertos, vendadas a la ligera sus heridas frescas, y preparándose para el último, decisivo encuentro, en busca de la victoria… o de la muerte. Y nadie, incluso Yurkovskiy, pronunciaba frases altisonantes ni tomaba poses de efecto. Todos estaban tranquilos y activos. Y sus intentos para comprender la naturaleza del «lugar embrujado» eran tan solo pruebas de natural preocupación para aquellos que irían detrás de ellos.

El respeto y admiración de Bikov hacia ellos se manifestó sirviéndoles un extraordinario arroz, y Mijail Antonovich dos veces fue a la cocina después de la cena, la segunda estando de guardia, por lo que fue amonestado por Ermakov.

En cuanto las comunicaciones con la Tierra se normalizaron Ermakov transmitió un radiograma relatando el extraordinario suceso con la última conversación de Lu con el profesor Lloyd.

—¡Vaya mal rato que nos hicieron pasar! —dijo Zaychenko tartamudeando por la emoción—. Vera Nikolaievna por poco se vuelve loca. Y del «Star»… —Su voz se hizo apagada y seria—, ya lo sabemos. Todo el mundo lo sabe. Lu llegó hasta la nave inglesa y sacó de ella los cuerpos de las victimas y los papeles.

—¿Qué es lo que allí sucedió?

—No se sabe con exactitud, pero suponen que explotó el reactor.



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