El país de las maravillas by George Gamow

El país de las maravillas by George Gamow

autor:George Gamow [Gamow, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias exactas
editor: ePubLibre
publicado: 1938-12-31T16:00:00+00:00


Quinto sueño: El señor Tompkins sale de vacaciones

[Las condiciones son las del tercer sueño: la velocidad de la luz es de unos 15 kilómetros por hora; las demás constantes permanecen inalteradas.]

El señor Tompkins había quedado encantado con sus aventuras en la ciudad relativista, pero lamentaba de veras la ausencia del profesor, que le hubiera explicado los extraños acontecimientos que observó: los misteriosos métodos aplicados por el guardafrenos para evitar que los pasajeros envejecieran lo preocupaban particularmente. Más de una noche se metió en la cama con la esperanza de volver a aquella interesante ciudad, pero los sueños eran escasos y casi siempre desagradables; en el último, el director del banco le echaba en cara la incertidumbre que introducía en las cuentas… De modo que resolvió tomar una buena semana de vacaciones en alguna playa. Sentado en un compartimento de ferrocarril miraba por la ventanilla cómo los tejados grises de las afueras iban cediendo poco a poco su lugar a la campiña verde. Cogió un periódico al azar y trató de interesarse en el conflicto franco-italiano, pero todo era tan soso… y el vagón lo arrullaba tan dulcemente…

Cuando bajó el periódico y volvió a mirar por la ventanilla, el paisaje había cambiado considerablemente. Los postes del telégrafo estaban tan juntos que hacían el efecto de una valla, y los árboles tenían copas tan angostas que parecían cipreses italianos. Frente a él iba sentado su viejo amigo el profesor, mirando afuera con gran interés. Seguramente había entrado mientras el señor Tompkins leía el periódico.

—Estamos en el país de la relatividad —dijo el señor Tompkins—. ¿No es cierto?

—¡Caramba! —exclamó el profesor—. ¡Parece usted bien enterado! ¿Dónde averiguó esos datos?

—Es que ya he estado aquí, aunque sin poder disfrutar de su compañía.

—De modo que, por esta vez, usted va a ser mi guía —dijo el anciano.

—Me temo que no —protestó el señor Tompkins—. Vi una porción de cosas raras, pero la gente a quien interrogué no entendió mi desconcierto.

—Es bien natural —explicó el profesor—; han nacido en este mundo y consideran naturales los fenómenos que los rodean. Pero supongo que se quedarían de una pieza si llegaran al mundo en que vivimos nosotros. Les parecería de lo más extraordinario.

—Quisiera hacerle una pregunta —intervino el señor Tompkins—. Cuando estuve aquí en otra ocasión, me encontré con el guardafrenos de un tren. Pretendía que los viajeros envejecen menos que la gente de la ciudad por el solo hecho de que el tren se detiene y vuelve a partir. ¿También esto es compatible con la ciencia moderna, o es pura magia?

—Nada justifica apelar a la magia a modo de explicación. Todo eso se desprende directamente de las leyes de la física. Einstein, en su análisis de las nuevas nociones de espacio y tiempo (que, en verdad, no tienen nada de nuevas, pero fueron descubiertas hace poco), demostró que todos los procesos físicos marchan más despacio cuando modifica su velocidad el sistema en que están comprendidos. En nuestro mundo, la pequeñez de tales efectos los hace casi inobservables, pero aquí, gracias a la poca velocidad de la luz, son bien evidentes.



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