El origen del pensamiento by Armando Palacio Valdés

El origen del pensamiento by Armando Palacio Valdés

autor:Armando Palacio Valdés [Palacio Valdés, Armando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1894-12-31T16:00:00+00:00


XII

Presentación no quedó ciega, pero sí desfigurada. Era un dolor ver aquel rostro, tan hechicero en otro tiempo, ultrajado por repugnantes costurones. La infeliz no cesaba de llorar, aunque con esto dañase a sus ojos, aún no curados por completo. Una honda tristeza dominaba a toda la familia.

Sin embargo, su digno jefe Don Pantaleón, por virtud de una actividad incesante, atenta siempre a los hechos, aun los más insignificantes, del mundo de la Naturaleza, y resguardado por las grandes verdades del orden físico y químico que había podido adquirir, se hallaba fuera del alcance de toda emoción penosa. Había publicado ya la Terapéutica del comercio y la Patología administrativa. Pero su inteligencia había crecido de tal manera con el régimen de los alimentos fosfatados a que se hallaba sometido, que estos interesantes libros nada valían al lado de las empresas prodigiosas que su mente proyectaba. Por de pronto, entre él y Moreno comenzaron a redactar dos revistas científicas mensuales, una titulada El Mundo Orgánico y la otra El Mundo Inorgánico, para dar a conocer al público las observaciones que en los dos mundos iban haciendo con maravillosa penetración.

Estas observaciones no se limitaban al laboratorio. El estudio directo de la Naturaleza y de la vida social se las ofrecía muy varias. Para ello hacían frecuentes excursiones a los alrededores y pueblos comarcanos de Madrid. Generalmente las hacían a pie, vistiendo ambos el largo y vueludo gabán característico de los sabios, sombrero de alas amplísimas y zapatos claveteados; en la nariz, las imprescindibles gafas de cristales ahumados y en la mano sendos paraguas de tela de algodón. Con este arreo nadie dudaría que aquellos hombres estaban destinados a arrancar a la Naturaleza sus secretos. Pero Don Pantaleón llevaba gran ventaja en este punto a su compañero. Ningún sabio moderno estuvo dotado de figura más grave, majestuosa y verdaderamente científica. Era necesario remontarse con la fantasía a Solón o a Anacharsis el Viejo para representarse algo tan profundo y reflexivo.

Las excursiones duraban siempre un día. Era condición imprescindible que había puesto Moreno. Y aun así apuraba casi siempre para la vuelta a fin de no llegar después de las siete de la tarde. Traía maravillado esto al ingenioso Sánchez y un sí es no es inquieto, porque ¿cómo acordar estas costumbres metódicas y sedentarias con la existencia azarosa que su amigo había llevado hasta entonces? ¿Cómo no sorprenderse de que un hombre nacido en el arroyo y en lucha constante con la sociedad tuviese tal cuidado de retirarse cuando las gallinas? Llegó a pensar en estas perplejidades si Moreno estaría afiliado a la secta de los anarquistas, y fuese la hora destinada para reunirse y concertar sus planes siniestros de destrucción. Y andaba receloso y observándole; porque Sánchez era un revolucionario del pensamiento nada más y no le hacía gracia alguna hallarse complicado en el asunto de los explosivos.

Algunos meses después del desgraciado accidente de Presentación, el causante directo y el indirecto de aquella desgracia resolvieron hacer una excursión al vecino pueblo de



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