El ojo mágico by Aleksandr Beliaev

El ojo mágico by Aleksandr Beliaev

autor:Aleksandr Beliaev [Beliaev, Aleksandr]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1935-01-01T00:00:00+00:00


20 · La chalupa del Leviatán

—Scott se ha pasado la noche navegando alrededor nuestro —dijo bostezando el marinero que acababa de entregar la guardia—. Ahora se ha acercado y está riendo.

Prótchev examinó atentamente los extremos del cable.

—¿Tú crees que ha sido un tiburón el que lo ha cortado? —preguntó a Gínsburg.

—¿Pues quién si no?

—¿Tú has visto alguna vez los dientes de un tiburón?

—Nunca —confesó Gínsburg.

—En tu lugar yo diría lo mismo. Los dientes del tiburón son como sierras. Unos encima de otros. Cuando se gastan unos crecen los otros. Bonitos. Un trabajo de filigrana. Como si los hubiera tallado un chino. Pero en realidad no se trata de su belleza, sino que los dientes del tiburón habrían dejado huellas. Además que difícilmente un tiburón podría cortar así un cable de acero, por delgado que este sea. En la capa aislante de los cables habría dejado estrías claramente visibles. Alguna vez te mostraré mi hombro, en él tengo las huellas que dejó un tiburón. Yo en esto no puedo equivocarme.

—¿Qué es lo que piensas?

—Creo —respondió Prótchev— que el tiburón no tiene nada que ver con esto. El cable y los hilos eléctricos fueron cortados por mano humana, con cuchillo o con tijeras de las que cortan las alambradas. Esto es obra del japonés del Urania; más exactamente, de Scott.

—Pero el Urania no se acercó por la noche a nuestra nave.

—Ahora lo aclararemos. —Prótchev llamó al marinero que había hecho la primera guardia de la noche.

Este dijo que el Urania se había acercado a eso de la medianoche.

—Pero como ellos estaban ocupados en su trabajo, bajaban dragas y sondas, yo no me preocupé —decía el marinero—. Pues de día el Urania se acercaba a menudo a nuestros barcos.

—Scott dio la orden de bajar dragas y sondas con la intención de distraer nuestra atención —comentó Prótchev—. Tenemos que estar alerta y no dejar que el Urania se acerque a nosotros. Por otra parte… —Prótchev sonrió con malicia—. Puede que les dejemos acercarse… —añadió con una mueca significativa.

Vino corriendo el radista y comunicó que en otro de los barcos también se había roto el cable del teleojo. Lo estaban buscando.

—¡En una noche dos averías! —exclamó Prótchev—. Sí, esto es obra del diestro japonesito —añadió con el convencimiento del profesional que sabe valorar el trabajo de un colega.

—¡Malditos saboteadores! —exclamó con indignación uno de los marineros.

—Bien, ¿intentamos pescar la chalupa y el barril? —propuso Gínsburg.

—Claro —respondió Barkóvskiy—, pero nos pondremos a babor.

—Para que los de Scott no molesten —añadió un joven marinero.

Scott vio la maniobra y enseguida ordenó dar la vuelta alrededor del pesquero. Pero para esto el Urania tenía que dar un semicírculo, y antes de que Scott ocupara su nuevo punto de observación, la chalupa recuperada del fondo del océano ya estaba en cubierta.

Estaba recubierta de limo y crustáceos. Un escálamo estaba entero pero todo corroído por la herrumbre. En uno de los bancos había una correa atada, y en ella algunos huesos iliacos.

—Es todo lo que ha quedado de una persona —comentaban los marineros—.



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