El naranjal y la garza by Neus Arqués

El naranjal y la garza by Neus Arqués

autor:Neus Arqués [Arqués, Neus]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-08-01T00:00:00+00:00


9

LA PROSTITUTA Y EL INQUISIDOR

No es bueno regodearse en las desgracias ajenas.

Juana se esforzaba por frenar el orgullo que la henchía al tiempo que se henchía su cintura. A la vez que ella preparaba sus ropas para que acogieran a una barriga que contenía el fruto más deseado, la corte se preparaba para el regreso de su princesa. Margarita había sufrido un aborto; le había nacido una niña sietemesina que no sobrevivió. Sin esposo y sin descendencia, su misión en Castilla no había fructificado. Los reyes intentaron retenerla, pero no hubo nada que hacer. Aquella era una cuestión en la que el emperador Maximiliano y su hijo coincidían: ambos querían el regreso de Margarita, para poder negociar un nuevo acuerdo matrimonial lejos de la mirada fiscalizadora de Castilla.

La archiduquesa regresaba a Flandes de vacío. La lluvia que todo lo empapaba parecía llorar por el destino de la princesa que, por segunda vez, volvía a casa, la niña a la que el delfín de Francia había repudiado, la archiduquesa que enterró al heredero de Castilla y a su hija. El suyo era un fracaso que se mediría contra un éxito: Juana estaba embarazada y resistía, al pie del cañón, defendiendo una alianza dinástica y su pasión por Felipe.

Cuando Ana de Beaumont acudió con María Manuel a vestir a la embarazada para la cena la encontraron ensimismada, palpándose los pechos, cada vez más hinchados y cada vez menos queridos por su esposo. Felipe no la visitaba desde hacía demasiadas noches. Al oír entrar a sus damas, Juana se alisó rápidamente la camisa, pero sus caricias no pasaron desapercibidas, ni su elección del vestido de brocado azul, el que más ceñía sus formas. Juana pedía guerra y María Manuel sabía por qué.

La hija del embajador se había presentado luciendo un nuevo collar, una gruesa cadena de oro que hacía juego con la piel de marta que ribeteaba el vestido. Parecía una hada lujuriosa y etérea. A su lado, Ana de Beaumont se mostraba tan serena y apagada como siempre. A pesar de sus reiteradas y discretas solicitudes, no había conseguido ni de Juana ni de Felipe asignación alguna. Se conformaba diciéndose a sí misma que eso le convenía porque, de puro pobre, ningún pretendiente la rondaría. De Juan de Mendoza tampoco tenía ninguna noticia. Claro que, si se había casado con otra, ¿qué le iba a escribir? Poco a poco los besos del amado se convertían en la rosa seca que se guarda en el libro amarillento del pasado.

La cotización de la navarra en el mercado matrimonial era la opuesta a la de María Manuel. La vivaracha joven se cruzaba con moscones allá donde fuera, si bien era cierto que no prestaba atención a ninguno de los aspirantes que en las justas combatían por el pañuelo en prenda de su amor. Las malas lenguas decían que su corazón estaba muy ocupado.

—Parece que doña Margarita está a punto de llegar. La trae de vuelta el caballero Veyré, que no ve el momento de marchar



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