El metal de los muertos by Concha Espina

El metal de los muertos by Concha Espina

autor:Concha Espina [Espina, Concha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1919-12-31T16:00:00+00:00


VII

LA RAZÓN DE LA LOCURA

El manto

de albín.

RÁGIL y tímido parece el grupo engolfado otra vez en el urente valle: nadie diría que las tres viajeras, silenciosas y humildes, tienen hoy en este páramo andaluz un alto valor para la ética de la Libertad, como le tuvieron para los ideales de la Redención las tres Marías del Calvario.

Domina este acirate de la Mesa de los Pinos un monstruoso conjunto de los cerros, unas cumbres donde la pizarra en contacto con la roca plutónica se descompone y viste el color de la arcilla, blanco y amarillo, o se envuelve en la dureza del jaspe, en la oscuridad de los pórfidos, en el tinte sanguíneo de las porcelanitas, que también a menudo es ceniciento. Por las cañadas y los ribazos cunden las alteraciones de las peñas en lluvia de matices: el brillo de la mica plateada, las venas del cobre gris, la masa del granito verdoso, lechos cristalinos de cuarzo, láminas azules del gneis, diques sombríos del pedernal: así los horizontes abigarrados y misteriosos, resplandecen y se quejan sin decir su origen, envolviendo su historia en el sigilo de centenares de secretos.

Vienen estas montañas del interior caliente de la tierra y se destrozan temblando, violadas por la codicia universal, abiertas al sol entre lamentos, como víctimas de un mundo. Sus torcales, sus andenes, cargados de pirita marcial, bajan a la llanura convertidos en un espeso manto rojo, una violenta pesadumbre que enloquece la vida.

Hay un bosque de hierro bajo la túnica de albín; hay entre los azufrones unos granos angulosos de cristal: las mujeres posan la mirada con obstinación en su camino como si notasen las atracciones latentes de las piedras. Acaso no quieren ver la contorsión dolorosa de las cimas, el bostezo horrible de los túneles, el trajín de los hombres que se mueven en los ostugos lo mismo que gusanos de un enorme ataúd.

El vasto círculo de labores apresa al llano: es uno de los «cercos» infernales de la gran industria nordetana. Las cortas a cielo abierto, los trenes, los derrumbos, las máquinas excavadoras, el tráfico intensísimo de la explotación, producen un rugido sordo y febril como si toda la mina retemblase con una sola vibración de nervios.

A pesar suyo, vuelve Aurora los ojos algunas veces hacia el tormento de las colinas, escucha ansiosa el clamor que muge rodando sin cesar, anhela descubrir la hondura de aquellas bocas lejanas por donde respiran las tinieblas. Allí estará Gabriel: no le ha visto desde muy temprano, después de la triste separación y le aguarda llena de inquietud porque sabe los peligros a que se exponen los mineros en sus tumbas ardientes, amenazados por la asfixia, corroídos por la oscuridad.

Llegan las caminantes a Dite, empujadas por un aire polvoroso que se levanta de improviso y nubla las derrotas; le llama Dolores lebrijano o «viento llevador»: sus alas queman igual que si las hubiese calentado en el tizón perdurable de los cielos, y sofocan la villa con un árido ambiente de volcán. En las calles hendidas, mudas, ruinosas, hierven las tolvaneras y el sol.



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