El Mapa Del Amor by Ahdaf Soueif

El Mapa Del Amor by Ahdaf Soueif

autor:Ahdaf Soueif [Soueif, Ahdaf]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net


20 de abril de 1901

—Enfin, ¿dónde está el problema, si te la estás inventando? En cierta medida, todos nos inventamos a los otros.

El bajá Yaqub Artin se inclina hacia delante para ofrecerle un cigarro. Su cuerpo fornido y compacto está envuelto en una bata de seda verde, con dibujo de cachemir marrón, rojo y verde. Lleva anudado al cuello un fular verde botella. Bajo el pantalón negro asoman unas babuchas de gamuza verde. El bajá Sharif elige un cigarro y se recuesta girándolo entre los dedos, antes de alargar la mano hacia el cortapuros.

—Y lo mismo te dirá nuestro poeta.

Yaqub Artin señala a Ismail Sabri. Los tres amigos están sentados en mullidos sillones en la biblioteca de Yaqub Artin. Sobre una mesa baja de mármol hay tomates, pepinos, aceitunas, queso, fiambre y pan. Las vidrieras están abiertas a la terraza.

—Tengo un whisky muy bueno, un whisky excelente... —Vuelve a levantarse y va hacia un aparador que está en un ángulo de la habitación—. Puesto que nuestro poeta no bebe, habrá más para nosotros dos. —Inclina la botella sobre los vasos—. Es casi un crimen echarle agua, mais alors... —Le da un vaso a Sharif—. Brindaremos por tu felicidad naciente.

Ismail Sabri brinda por su amigo con limonada.

—Necesitas tener hijos —dice—. Todos necesitamos tener hijos.

—Yo me daba cuenta de que ella estaba inventándome, que iba construyéndome mientras viajábamos. —Sharif acerca una cerilla al cigarro e inhala con fuerza varias veces.

—¡Ah, el héroe romántico! ¡El corsario! ¿Y por qué no, amigo? Tienes todo el aspecto....

El desierto, las estrellas y un viejo monasterio que alberga una mezquita dentro de sus muros. Esos fueron los escenarios. Ésos y la vieja casa plasmada en aquellos cuadros que la habían llevado a Egipto. ¿Qué pensaría ella de sus dudas, de su desesperanza, de cómo se odiaba a veces por aceptar vivir bajo un gobierno no elegido por él? Un súbdito que acataba la dominación extranjera. ¿Podría ella llegar a conocerlo realmente? ¿Podría él conocerla a ella? ¿O se aferrarían siempre a la imagen que cada uno se había forjado del otro, de tal manera que se sentirían más solos viviendo juntos que separados?

—No podemos ni hablarnos en nuestra propia lengua. Tenemos que servirnos del francés.

—Quizá sea preferible —apunta Ismail Sabri—. Así os esforzáis más para comprender y ser comprendidos. Creemos que por usar las mismas palabras queremos decir las mismas cosas..., y a veces no es así.

—¡Ah! ¡Ya salió el poeta! —exclama Yaqub Artin—. Pero tiene razón. Tiene mucha razón. —Levanta el vaso.

—Por cierto, quería preguntarte si no podrías recopilar tus poesías en un libro, en lugar de obligarnos a ir guardando papeles en una carpeta.

—No quiere —dice Yaqub Artin—. Demasiado trabajo.

—Si lo editas, te compro cincuenta ejemplares para la escuela de Tawasi.

—Quizá tema que la gente lo ataque si ve lo que hace.

—¡No es cierto! —Ismail Sabri ríe—. Es sólo que no tengo todos mis poemas...

—Dirán que está destruyendo la poesía.



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