El Maestro de Esgrima by Arturo Pérez-Reverte

El Maestro de Esgrima by Arturo Pérez-Reverte

autor:Arturo Pérez-Reverte
La lengua: es
Format: mobi
Tags: sci_tech
publicado: 2009-07-31T23:00:00+00:00


Ataque de glisada. Capítulo V

"La glisada es uno de los ataques más ciertos de la esgrima, por lo que obliga necesariamente a ponerse en guardia."

Madrid se mecía a la siesta, adormecido por los últimos calores del verano. La vida política de la capital discurría sumida en la calma de un septiembre bochornoso, bajo nubes plomizas que filtraban un sofocante torpor estival. La prensa oficialista, entre líneas, daba a entender que los generales desterrados en Canarias seguían tranquilos, desmintiendo que los tentáculos conspiradores se hubieran extendido a la Escuadra, que, a pesar de malintencionados rumores subversivos, se mantenía, como siempre, leal a Su Augusta Majestad.

En lo referente al orden público, hacía ya varias semanas que no se registraba en Madrid tumulto alguno, tras el ejemplar escarmiento dado por la autoridad a los cabecillas de las últimas agitaciones populares, que ahora tenían tiempo de sobra para meditar sus desvaríos bajo la poco acogedora sombra del presidio de Ceuta.

Antonio Carreño llevaba rumores frescos a la tertulia del café Progreso:

—Señores, oído al parche. Sé de buena tinta que la cosa está en marcha.

Lo acogió un coro de guasón escepticismo. Carreño se llevó una mano al corazón, ofendido.

—No irán ustedes a dudar de mi palabra...

Puntualizó don Lucas Rioseco que nadie ponía en duda su palabra, sino la veracidad de sus fuentes; llevaba casi un año anunciando el Santo Advenimiento. Carreño les hizo inclinar hacia él las cabezas sobre el velador de mármol, adoptando su habitual tono de 1 precavida confidencia:

—Esta vez va en serio, caballeros. López de Ayala se ha ido a Canarias para entrevistarse con los generales desterrados. Y, agárrense, don Juan Prim ha desaparecido de su domicilio de Londres. Paradero desconocido... ¡Ya saben lo que eso significa!

Agapito Cárceles fue el único que dio crédito a la cosa:

—Eso quiere decir que se prepara el órdago a la grande.

Jaime Astarloa cruzó las piernas. Aquellas cábalas de calendario habían llegado a aburrirle lo indecible. En tono furtivo, Carreño seguía aportando datos sobre la conspiración en curso:

—Dicen que el conde de Reus ha sido visto en Lisboa, disfrazado de lacayo. Y que la escuadra del Mediterráneo sólo espera su llegada para dar el grito. —¿Qué grito? —preguntó el cándido Marcelino Romero.

—Qué grito va a ser, hombre. El de libertad.

Sonó la risita incrédula de don Lucas:

—Lo suyo es un folletín de Dumas, don Antonio. Por entregas.

Guardó silencio Carreño, ofendido por la reticente actitud del viejo carcamal. Acometió Agapito Cárceles, para vengar a su contertulio, una encendida soflama revolucionaria que le calentó las orejas a don Lucas. —¡Ha llegado el momento de escoger sitio en las barricadas! —finalizó, con el énfasis de un personaje de Tamayo y Baus. —¡Allí nos veremos! —proclamó, también teatral, el amostazado don Lucas—. Usted a un lado y yo a otro, por supuesto. —¡Por supuesto! Nunca dudé, señor Rioseco, que el puesto de usted está en las filas de la represión y el oscurantismo.

A mucha honra. —¡De honra, nada! La España con honra es la España revolucionaria, la fetén. ¡Su mansedumbre crispa los nervios de cualquier patriota, don Lucas!.



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