El Libro De Los Remedios Del Corazón by Regina O`melveny

El Libro De Los Remedios Del Corazón by Regina O`melveny

autor:Regina O`melveny [O`melveny, Regina]
Format: epub
Tags: prose_history
editor: www.papyrefb2.net


Capítulo 14

EL PACIENTE POSEE EL REMEDIO

Olmina me rodeó los hombros con su brazo cuando me senté, tiritando, en la cama.

—¿Estáis enferma, signorina?

—¡No! —contesté enfadada, y me eché a llorar—. ¡Wilhelm estaba sobre la losa, fue a él a quien cortaron!

—¡Ay, no! —Olmina se llevó las dos manos a la cara—. Tesoro, ¿estáis segura?

Volví mi feroz rostro hacia el suyo.

—No tengo la mínima duda.

—¡Un joven tan vivaz!

—De no haber sido por mi súbita partida...

—¿Pero qué estáis diciendo?

—Debió de seguirme hasta aquí. ¿Recuerdas lo que dijo el signor Gradenigo?

Entonces le tocó a ella mostrarse feroz.

—Vos no tenéis nada que ver con eso.

—No lo sé. Doy mala suerte, como una de esas apestadas que sobreviven mientras que los demás mueren a su alrededor.

—Nosotras no sabemos lo que ellas dan... A lo mejor es una bendición para que puedan ayudar a los otros.

—¿Ah, sí? ¿Y mi padre? Ha huido de mí. Tal vez él haya muerto también.

—Pues sí que se os han descarriado las mientes, signorina. Vos no sois una mata de acónito. Nadie sujeta los hilos que nos atan a esta vida. Para mí, ni siquiera Dios.

—¿Las parcas, entonces?

—Quizá, sí... La que hila, la que mide, la que corta.

—Pero ahora siento a mi padre como un pequeño fantasma, como si viviese en el arca de las medicinas dentro de una botella. ¿Qué significa eso, sino que ha muerto?

—Significa que estáis ayuna de razón, afligiéndoos por un hombre que vive. Hagamos lo único que podemos hacer por Wilhelm y dejad estar a los vivos. —Encendió una pequeña vela, la puso en la ventana y murmuró una oración por el joven de los extravagantes colores—. Ahora deberíais dormir, Gabriella.

Pero yo apenas si dormité aquella noche. La mañana siguiente decidí que ya no había nada que me retuviese en Leiden, pues el profesor Otterspeer era el único que se había comunicado en verdad con mi padre durante su estancia. Y además ya me resultaba insoportable la cercanía del cuerpo de Wilhelm, pues ni siquiera podían enterrarlo en una tumba para indigentes. El suelo estaba completamente congelado. Su cadáver lo dejarían tirado en el sótano glacial de un edificio de la universidad, cerca de nuestra casa, esperando la primavera; sería entonces cuando lo enterrasen, junto con los demás muertos desmembrados del teatro anatómico, fuera de las murallas de la ciudad.

—Aquel invierno de la soledad del padre de vuestra merced —me dijo el doctor Otterspeer días después—, hubo más cosas, hija mía, de las que conté a vuestra merced al principio.

Lanzó una mirada a Olmina y esta, discreta, nos dejó solos en la cocina. Lorenzo había ido al mercado.

—En una ocasión, al principio de su estancia, cuando le llevé algo de cena abrió la puerta completamente vestido, pero sin calzar. —Alzó las cejas y abrió mucho los grises ojos, reviviendo aquel instante—. Me dijo que estaba efectuando una nueva cura para su mal. Comprenda vuestra merced.



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