El latido del tiempo (Spanish Edition) by Cari Ariño

El latido del tiempo (Spanish Edition) by Cari Ariño

autor:Cari Ariño [Ariño, Cari]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Libros4
publicado: 2015-08-18T22:00:00+00:00


28

Por San Fermín, el general Mola había cerrado el asunto con los carlistas navarros, dispuestos a defender a Dios, patria y rey hasta la muerte. También lo había hecho con los falangistas, que seguían las mismas premisas pero sin rey, mientras Franco se trasladaba a Marruecos desde las Canarias para ponerse al frente de la rebelión.

El día siguiente al 18 de julio cayó en domingo. La iglesia de Llonera estaba vacía y el joven mosén Zamora esperó en vano a que llegasen los dos monaguillos. Encerrados en casa, todos y cada uno de los lugareños rezaban para que ganasen los suyos.

La guerra fratricida estaba servida.

Una densa calima que se filtraba hasta los pulmones impregnaba el pueblo. El miedo había hecho cerrar portalones y ventanas, al tiempo que la gran olla repleta de agravios, odios y peleas fermentados durante meses, tomaba la forma de parca.

Aunque en la calle reinaba un bochorno que quitaba las ganas de moverse, un envejecido mosén Tomás temblaba de frío. En su dormitorio, tapado hasta el cuello con una manta, sufría arcadas.

Miguel Torres se llevó a la casa solariega a Lorenzo y su familia. El viejo labrador era de la opinión de que, si estaban todos juntos, ocurriera lo que ocurriese, saldrían bien librados.

Esta vez Lina agradeció a su suegro que los llevara consigo. Lorenzo no veía la necesidad de irse de casa, pero su mujer tenía mucho miedo. Al dejar la sastrería, se dijo que nunca en su vida había oído un silencio tan doloroso.

No ladraban ni los perros.

A Veva tanta quietud la desasosegaba. Sus traviesos casi seis años no entendían aquella forzosa clausura dentro de la casa solariega.

Jaime había querido hacer lo mismo con los suyos, pero tanto sus padres como su hermana se habían negado a seguirlo. No querían abandonar su hogar.

El Siracusa estaba agotado. Toda la familia de su mujer, así como sus hijos, se encontraban en el piso de arriba. Él afilaba un hacha al tiempo que rememoraba episodios de su vida. Desde la bodega, vigilaba inquieto la entrada de la casa. Lo intranquilizaba que los anarquistas tomaran represalias contra alguien de la familia por su causa. Su cercanía con los Martí ya lo había obligado a plantar cara en más de una ocasión.

Se palpó el bolsillo donde guardaba la llave de la casa de Ofelia y del escondite. Pensó que si salía adelante, también él construiría un pasadizo secreto por donde salvarse.

Fue Tonia quien, una noche en que había ido a desfogarse con ella, le hizo saber que despertaba envidias.

Le costaba entender los motivos. Entre sus amigos era respetado y su opinión tenía peso. Jamás había dejado de sentirse parte del pueblo. Su deseo de prosperar en la vida no lo había vuelto déspota ni estirado.

La voz de Lorenzo desde la puerta de la bodega rompió el deslizante sonido monótono del asperón contra la hoja del hacha.

—Jaime... ¿qué es lo que esperamos que pase?

—Que empiecen a caer las bombas, supongo —respondió con voz cansada, sin abandonar la tarea.

—Eso no sucederá, amigo mío.



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