El laberinto del fauno by Guillermo del Toro & Cornelia Funke

El laberinto del fauno by Guillermo del Toro & Cornelia Funke

autor:Guillermo del Toro & Cornelia Funke [Toro, Guillermo del & Funke, Cornelia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-07-29T16:00:00+00:00


XXI

SIN ALTERNATIVA

Apenas había amanecido cuando Pedro llevó a Mercedes y al doctor Ferreiro al claro cerca del arroyo donde los había recogido. Lucía lleno de confianza, con la luz de la mañana en el rostro, y el aire fresco traía consigo la promesa de un nuevo comienzo.

—¡Pronto llegarán refuerzos de Jaca! Cincuenta hombres o más —no había duda ni miedo en su voz, a pesar de la desesperación que todos habían visto en el rostro del Francés la noche anterior—. Tan pronto como lleguen, nos veremos frente a frente con Vidal.

Ferreiro había visto esto antes: el entusiasmo que podía traer un nuevo día después de la noche más oscura. Algunas veces tenía fuerza suficiente para durar, pero la mayoría de las veces se extinguía antes del crepúsculo. Ferreiro aún no se había sobrepuesto a la amputación de la pierna del Francés. Todo ese dolor, la desesperanza de un hombre herido y sus camaradas, su propia impotencia…

—¿Se verán frente a frente con él y luego qué? —no pudo evitar preguntar—. Matarán a Vidal y enviarán a otro igual a él. Y luego a otro…

Ferreiro había sido testigo de demasiadas falsas esperanzas en su vida. ¿En serio había vivido sólo cuarenta y ocho años? Sentía que cargaba mil años a cuestas y estaba cansado de todos esos jóvenes que querían luchar, incluso cuando los asistía la razón.

Pedro no se molestó en responder su pregunta. Sólo lo miró con su fresco rostro juvenil. ¿Qué vio? Quizá sólo a un triste viejo.

—¡No pueden ganar! —exclamó Ferreiro—. ¡No tienen armas, no tienen un refugio seguro! Terminarán todos como el Francés, o peor —se arrodilló a la orilla del riachuelo para lavar la sangre de su serrucho y escalpelo. Seguro que pronto necesitaría esas herramientas nuevamente. El agua fría se precipitó sobre sus manos. Tan fría como el mundo.

—No necesitas más hombres —dijo—. ¡Los que tienen necesitan comida! ¡Y medicina!

Pedro seguía sin decir palabra. Detrás de ellos los rebeldes recolectaban leña y cualquier cosa que el bosque pudiera ofrecerles.

—Estados Unidos, Rusia, Inglaterra… Todos nos ayudarán —dijo al fin—. Una vez que ganen la gran guerra contra los fascistas alemanes, nos ayudarán a acabar con ellos aquí en España. Franco apoyó a Hitler, pero nosotros apoyamos a los aliados. Muchos de los nuestros perdieron la vida apoyando la resistencia; saboteamos las minas de tungsteno en Galicia, los alemanes las necesitaban para que sus fábricas siguieran trabajando y… ¿tú crees que los aliados olvidarían eso?

Ferreiro se enderezó y puso su instrumental nuevamente en el botiquín. Sí, lo olvidarían. Se sintió exhausto y molesto. Quizá su ira era sobre todo producto de su cansancio y de su falta de esperanza. Y no olvides el miedo, se dijo a sí mismo. El miedo de que las buenas causas nunca ganan, sólo resisten.

—¿Y qué hay de Mercedes? —no, aunque lo molestaba su propia voz, no podía pasarlo por alto—. Si de verdad la amaras, cruzarías la frontera con ella. ¡Es una causa perdida!

Pedro inclinó la cabeza, como si escuchara su corazón para saber si en parte estaba de acuerdo.



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