El Juego de Ripper by Isabel Allende

El Juego de Ripper by Isabel Allende

autor:Isabel Allende [Allende, Isabel]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-03T05:00:00+00:00


Domingo, 19

«Hola, me llamo Ryan, soy alcohólico y llevo seis horas sobrio». Así se presentó, imitando a los otros que hablaron antes que él en aquella sala sin ventanas, y un aplauso cálido acogió sus palabras. Momentos antes, Pedro Alarcón lo había conducido con Indiana hasta un edificio coronado por una torre en la esquina de las calles Taylor y Ellis, en pleno Tenderloin.

—¿Qué clase de lugar es éste? —había preguntado Miller, cuando Indiana lo obligó a avanzar hacia la puerta, cogido de un brazo.

—La iglesia Glide Memorial. ¿Cómo puedes haber vivido años en esta ciudad sin conocerla?

—Soy agnóstico. No sé para qué estamos aquí, Indiana.

—Fíjate en la torre, ¿ves que no tiene cruz? Cecil Williams, un pastor afroamericano, fue el alma de Glide por muchos años, pero ya está retirado. En los años sesenta lo mandaron a este lugar, una iglesia metodista moribunda, que él transformó en el centro espiritual de San Francisco. Hizo quitar la cruz, porque es un símbolo de muerte y su congregación celebra la vida. Estamos aquí para eso, Ryan: celebrar tu vida.

Le explicó que Glide era una atracción turística por la música irresistible del coro y su política de brazos abiertos: todos eran bienvenidos, sin distinción de credo, raza o tendencia sexual, cristianos de cualquier confesión, musulmanes y judíos, adictos y mendigos, millonarios de Silicon Valley, drag queens, celebridades del cine y criminales sueltos, nadie era rechazado, y agregó que Glide contaba con cientos de programas para socorrer, hospedar, vestir, educar, proteger y rehabilitar a los más pobres y desesperados. Se abrieron paso a través de una fila ordenada de gente que aguardaba su turno para el desayuno gratuito. Miller se enteró de que Indiana hacía varias horas semanales ayudando en el servicio de desayuno, de siete a nueve, único horario posible para ella, y que la iglesia ofrecía tres comidas diarias cada día del año a miles de necesitados. Eso requería sesenta y cinco mil horas de trabajo voluntario. «Yo sólo aporto unas cien, pero hay tantos voluntarios, que tenemos que ponernos en lista de espera», le dijo.

A esa hora temprana todavía no empezaba a llegar la muchedumbre del servicio dominical. Indiana conocía el camino y llevó a Miller directamente a una pequeña sala interior, donde se reunía el primer grupo del día de Alcohólicos Anónimos. Ya había media docena de personas en torno a una mesa lateral con termos de café y platos de galletas, el resto fue llegando en los siguientes diez minutos. Se sentaron en sillas de plástico formando un círculo, quince en total, gente de diferentes razas, edades y pelajes, la mayoría hombres, casi todos deteriorados en alguna medida por la adicción y uno con huellas de una paliza reciente, como Miller. Indiana, con su aspecto saludable y su actitud alegre, parecía estar allí por error. Miller esperaba una clase o una conferencia, pero en vez de eso, un hombrecillo flaco, con lentes gruesos de miope, facilitó la reunión. «Hola, soy Benny Ephron y soy adicto. Veo algunos rostros nuevos.



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