El jinete de bronce by Paullina Simons

El jinete de bronce by Paullina Simons

autor:Paullina Simons [Simons, Paullina]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2000-10-15T04:00:00+00:00


Los tres estaban acurrucados en el sofá delante de la salamandra, alumbrados sólo por el débil resplandor que escapaba a través de la rejilla. Alexandr estaba entre las dos hermanas. Tatiana llevaba el abrigo que su madre le había cosido y pantalones acolchados. Se había encasquetado el sombrero de fieltro para que le tapara las orejas y los ojos. Sólo la nariz y la boca quedaban expuestas al aire. Una manta tapaba las piernas de los tres. Hubo un momento en que Tatiana casi se quedó dormida; sin darse cuenta inclinó la cabeza hacia la derecha, como si quisiera apoyarla en el hombro del capitán. La mano de Alexandr se apoyó en su regazo.

—Como dicen en el cuartel —comentó Alexandr—, me gustaría ser un soldado alemán al mando de un general ruso, con armamento británico y raciones norteamericanas.

—Me conformo con las raciones norteamericanas —afirmó Tatiana—. Alexandr, ¿ahora que Estados Unidos ha entrado en guerra, crees que las cosas mejorarán para nosotros?

—Sí.

—¿Lo sabes a ciencia cierta?

—Por supuesto. Ahora que los norteamericanos están en guerra, tenemos una esperanza.

—Si salimos de ésta, Alexandr, juro que nos marcharemos de Leningrado, y nos iremos a Ucrania, al mar Negro, a algún lugar donde nunca haga frío —dijo Dasha.

—No hay ningún lugar así en Rusia —replicó el oficial. Llevaba el abrigo acolchado caqui sobre el uniforme y se cubría la cabeza con su shapka. Cuando Dasha insistió, le dijo—: No. Estamos demasiado al norte. Los inviernos son muy rigurosos en Rusia.

—¿Hay algún lugar en la tierra donde no haga bajo cero en el invierno?

—Arizona.

—Arizona. ¿Está en África?

—No. —Alexandr exhaló un suspiro muy suave—. Tania, ¿sabes dónde está Arizona?

—En Estados Unidos. —El calor que recibía le llegaba a través de la rejilla de la salamandra y de Alexandr. Apoyó la cabeza en su brazo.

—Sí. Es un estado. Cerca de California. Es tierra desértica. Cuarenta grados en verano y veinte durante el invierno. Todos los años. Nunca hay nieve.

—Basta —exclamó Dasha—. Nos estás contando un cuento chino. Soy demasiado vieja para que me engañen con cuentos chinos.

—Es verdad. Nunca.

Tatiana escuchaba la resonante cadencia de la voz de Alexandr.

No se cansaba nunca de escucharla. «Tienes una voz muy bonita —pensó—. Me siento transportada al descanso eterno, sólo con escuchar tu voz tranquila, mesurada, valiente, profunda, que me dice: Ve, Tatiana, ve».

—Eso es imposible —afirmó Dasha—. ¿Qué hacen en invierno?

—Llevan camisas de manga larga.

—Basta ya. Ahora sé que me mientes.

Tatiana apartó el ala del sombrero que le tapaba los ojos, y miró la luz dorada que salía de la salamandra…

—¿Tatia? —Alexandr le habló en voz baja—. Tú sabes que digo la verdad. ¿Te gustaría vivir en Arizona, la tierra de la fuente pequeña?

—Sí.

—¿Cómo la has llamado? —preguntó Dasha, con un tono apático.

—Tatiana.

—No. —Dasha sacudió la cabeza—. El acento no estaba en el lugar correcto. Has dicho «Tatia». Nunca te había escuchado llamarla así.

—La verdad, Alexandr, ¿qué te ha dado? —Tatiana se tapó el rostro con el sombrero.

—No me importa —manifestó Dasha, incorporándose—. Llámala como más te guste. —Salió de la habitación para ir al baño.



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