El inventor de juegos by Pablo de Santis

El inventor de juegos by Pablo de Santis

autor:Pablo de Santis
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Fantástico, Juvenil
publicado: 2003-01-01T00:00:00+00:00


EL TALLER DE REYES

P

ara pensar, Iván necesitaba pasear. Mientras imaginaba el juego que mandaría al concurso, Iván recorría cada metro de Zyl: rodeaba la fábrica de dominó y las oficinas de la compañía nacional del yoyó, pasaba frente al galpón donde dormía el Cerebro mágico, aprovechaba para visitar el museo. Una tarde caminó tanto que llegó hasta las puertas del laberinto. No se dio cuenta de que se había hecho de noche y había refrescado, y en ese momento se enfermó. Debió posponer la visita al laberinto hasta otra vez.

Su abuelo le preparó una taza de vino caliente con azúcar, clavo de olor y canela. La fiebre y el vino se combinaron en un largo desfile de pesadillas. Despertó transpirado y con un grito, pero ya tenía una idea.

Bocetó el juego, le encontró un título —La casa encantada— y luego le mostró los dibujos a Ríos.

—No entiendo nada —dijo su amigo.

La explicación del juego era tan incomprensible como los dibujos, pero Ríos alcanzó a identificar varios elementos —un dado, una brújula, un reloj, un mapa— que servían para guiarse por una casa.

—A medida que el jugador recorre la casa, los fantasmas alteran el funcionamiento de los elementos. La brújula gira enloquecida, el mapa cambia de forma, el dado queda hechizado, el reloj marca cualquier hora.

—¿Y cómo pensás conseguir ese efecto?

—Con mecanismos pequeños, que no tengo, imanes, que tampoco tengo y herramientas muy delicadas… que no tengo.

Ríos volvió a mirar los dibujos.

—Mi padre tiene las llaves del taller del viejo Reyes, que murió el año pasado. Armaba juegos diminutos con mecanismos de relojería. Le podemos pedir que te deje trabajar allí.

Esa misma noche visitaron el taller, al que nadie había entrado desde la muerte de Reyes. Había una mesa de madera con toda clase de lentes, engranajes, martillos de relojero y sierras para cortar cristal. En un estante había juegos de ajedrez y de damas en miniatura. Iván se sentó en un banco alto, abrió las cajas de herramientas y se puso a trabajar. Ni siquiera notó cuando su amigo dijo «Hasta mañana» y se marchó.

En los días siguientes Iván estuvo tan concentrado en su juego que dejó de aparecer por la plaza. Ríos se lamentó por haberlo ayudado a encontrar un lugar donde trabajar.

—Es solo hasta el concurso —le decía su padre, que alguna vez había conocido la pasión por inventar—. Después va a volver…

En el colegio, Iván permanecía ligeramente absorto, resolviendo mentalmente los problemas que le planteaba el juego.

—Mañana vamos a ir todos a pescar a la laguna —le dijo Ríos—. ¿Venís?

—No. Me falta un mecanismo que no puedo resolver.

—Yo sí voy —dijo de pronto Krebs, asomándose a la conversación desde lo alto.

—¿No estás ocupado en tu juego? —le preguntó Ríos—. Faltan pocos días para el concurso.

Krebs había aprendido a hablar en forma pausada, para dar a sus palabras un aire de sabiduría:

—Hay un tiempo para trabajar y otro para estar con los amigos.

Y al día siguiente, mientras Iván terminaba de armar La casa encantada, Lagos, Ríos y Krebs, junto a varios alumnos más del colegio de Zyl, esperaban la llegada de los peces.



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