El Inquisidor by Patricio Sturlese

El Inquisidor by Patricio Sturlese

autor:Patricio Sturlese [Sturlese, Patricio]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela Histórica
ISBN: 9788483460238
publicado: 2010-09-16T22:00:00+00:00


Capítulo 32

Aquella noche, en mi camarote y encerrado con llave, no pude conciliar el sueño. Intenté dormir, apagué el candelabro, me acomodé en el lecho caliente, tenía todo lo necesario para relajarme y dormir, pero no era capaz de pegar ojo. Incluso pensé en salir de allí y dar un paseo por cubierta, ¡una verdadera locura...! Las ganas de salir se fueron tan deprisa como llegaron con sólo pensar que un asesino deambulaba por el galeón. Y, además, el comportamiento de Évola, acusándome delante de todos de manera tan ambigua que incluso yo podría haber parecido el asesino. Decidí acudir a la botella de grappa, que tan medicinal me estaba resultando en aquel largo viaje. Me acomodé sobre la cama con la botella, dejando que mi vista se perdiera por la habitación en penumbra y la detuve sobre los baúles. Mis cosas, la razón del viaje, los engaños, Raffaella, las cartas de mi maestro y de Anastasia, que había perdido tras mi accidentado primer día de viaje. Debían de haberse caído en algún lugar cuando me desvistieron para quitarme las ropas manchadas por el vómito antes de trasladarme a la bodega. Las había buscado sin éxito cuando me devolvieron las ropas limpias, las había olvidado, de manera intermitente, tras los asesinatos, pero ahora, después de varios tragos largos había vuelto a mí su recuerdo. Apoyé la botella en el suelo, encendí el candelabro y decidí, un poco ebrio ya, remover los baúles y el resto del escaso mobiliario de mi camarote para intentar encontrar las cartas. Ayudado por esa clase de percepción que da el alcohol, vi cómo, bajo uno de los baúles, una línea blanca muy leve sobresalía entre el entablado del suelo. Allí estaban. Las cartas. Se habían deslizado entre dos tablas. Las recogí, riendo, lleno de alegría, besé la de Piero y la puse a buen recaudo en el baúl donde guardaba mis libros. No la volvería a perder hasta que llegase el momento de abrirla una vez en tierras del Virreinato.

Tomé la de Anastasia, acerqué el sobre a la luz, rompí el lacre y extraje el contenido. Acomodé la almohada para poder leer y, dando otro largo trago de la botella, me dispuse a hacerlo:



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