El hombre que mató a Jardiel Poncela by Miguel Martin

El hombre que mató a Jardiel Poncela by Miguel Martin

autor:Miguel Martin
La lengua: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788408020790
editor: Planeta
publicado: 2011-10-04T22:00:00+00:00


LA YEGUA «PURITA» SE ADJUDICA LA POLLA DEL PRÍNCIPE DE GALES

Ni El Frailazo español se había atrevido a publicar tamaña marranada.

Se repone del asombro al saber que «polla» significa apuesta en el argot porteño, y que los argentinos se juegan las pestañas en los hipódromos.

Aparte peculiaridades, Buenos Aires le resulta una ciudad interesante, abierta a la cultura y bien dotada para captar el humor conceptual que tanto esfuerzo le costaba imponer en España.

Los «gallegos» —todos los emigrantes españoles en porteño— le recibieron bien, ávidos de saber por qué se mataban sus compatriotas. «Porque son españoles»; no hizo política ni se valió del sensiblero cántico del exiliado para aposentarse cómodamente en el espacio literario bonaerense, todavía más épico y localista que intelectual, pero anchuroso, prometedor, y sin resabios políticos.

Trabajó con denuedo y ambición de emigrante, y eso los países en ciernes lo agradecen: «Buenos Aires me mimó, brindándome sus editoriales, sus micrófonos de radio, sus teatros y sus estudios cinematográficos; dejaba allí nuevas ediciones de mis libros en marcha, charlas radiofónicas dadas a precios selectos, comedias representadas y una película a punto de "rodarse". E iba a dejar —incluso— un contrato por otras dos películas sin cumplir que subía a veintiséis mil pesos, por dos opciones concedidas también a "Lumiton". Dejaba allí asimismo un puñado de pocos, pero exquisitos amigos. Y dejaba —en fin— una masa innumerable de lectores y espectadores entusiastas. Pero España tiraba de mí con precisión irresistible y mi deber y mi corazón estaban al otro lado de los mares.»

Un año escaso alejado de la política da mucho de sí a un escritor fértil. Dinero y prestigio suficientes para conseguir el traslado de su familia a la zona «nacional». Retorno a Sevilla y, todos juntos, a esperar en San Sebastián el final de la «incómoda» guerra.

Una cosa ha sacado en limpio Jardiel al cabo de tanto contratiempo: «el socialismo es triste, no transige con el humor, le tiene pánico porque, inevitablemente, obliga a pensar y conduce a interpretaciones individualistas».

No es política lo que hace con sus afirmaciones, para eso estaban los mediocres; si acaso siente «el resquemor lógico de quien ha visto amenazada su vida sin comerlo ni beberlo».

En la hermosa capital vasca emerge un movimiento humorístico prometedor que tiene mucho que ver con los antecedentes que él ha sembrado: Neville —«el aristócrata desenfadado e inteligente que no parece un aristócrata»—, Mihura y Laiglesia confeccionan La Ametralladora, semanario que trata de llevar la sonrisa a los frentes derechistas y origina La Codorniz, impensable periódico absurdista en el que se refugian los «lectores inteligentes» que añaden a sus contenidos sus propios deseos de contestación al régimen que se instaura tras la guerra.

Jardiel mantiene su visceral individualismo, pero no consigue borrar —tal vez porque no lo pretende— el estigma que le deja la huida de la «zona roja». Es, a todos los efectos, un escritor de derechas como Fernández Flórez o Camba. Aplica todo su inconformismo a derribar las adocenadas estructuras teatrales, no con soflamas, con obras. Le basta con que «la mesa donde ha de escribirlas» no se tambalee.



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