El hombre de las dos patrias by Javier Reverte

El hombre de las dos patrias by Javier Reverte

autor:Javier Reverte [Reverte, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Comunicación
editor: ePubLibre
publicado: 2015-12-31T16:00:00+00:00


A la triste fortuna, alegre cara

debe mostrar el pecho generoso:

que cualquier mal, buen ánimo repara.

Dali Mami vendió a Cervantes a un nuevo amo, Hazán Bajá, quien mantuvo la cifra del rescate en los 500 ducados. La familia del escritor —sus padres, sus dos hermanas y Rodrigo— no habían cesado de reunir todo el dinero que podían. Y al fin, el 19 de septiembre 1580, el fraile trinitario Juan Gil desembarcó en Argel y realizó el pago exigido por Miguel de Cervantes. El escritor se embarcaba el 24 de octubre con rumbo a Valencia y pisaba tierra española el día 27 del mismo mes. Años más tarde, en el Quijote, haría decir a un personaje de su ficción, un capitán que fue cautivo y rescatado: «Gracias sean dadas a Dios, porque no hay en la tierra, conforme a mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida».

* * *

La mañana siguiente le dije a Houari que quedaba libre hasta después de comer: quería pasear a solas por la ciudad, pensarla, sentirla sin nadie al lado. Y había quedado en comer en su residencia con el embajador español en la ciudad, amigo de un buen amigo mío de mis años de periodista, Ramón Vilaró. Houari me miró con extrañeza, de modo que tuve que explicarle que debía ir a la embajada a tramitar algunos asuntos.

—No dinero —dijo mostrándome las palmas de las manos abiertas.

Le di 500 dinares, más o menos el equivalente a cinco euros, una cantidad por la que en Argel era posible darse en esos días un verdadero festín.

Y caminé hacia el puerto, a contemplar los barcos anclados en la ancha bahía de la ciudad y el mar vibrante que se ensanchaba hacia España, bajo el sol de Argel, al que Camus calificó como «invencible»: un sol que parecía capaz de hacer hervir la tierra, si ese fuera su propósito, y disolverla en la nada, ese mismo sol inclemente que convirtió a Meursault en asesino.

Pensé que la urbe me fascinaba y me repelía al mismo tiempo. ¿Por qué? Tal vez por su belleza incómoda, su insumisión, su rechazo a lo ajeno: al islamismo redentor, que nunca caló con hondura en la ciudad; al socialismo triunfador de la guerra de la independencia; a la marea de modas importadas de Occidente durante los años setenta… Argel no es nada de todo eso y es un poco de todo. Quizá, lo que domina sobre lo demás, lo que percibes en sus calles y en su sosegada bahía es el latido de un corazón latino y árabe al mismo tiempo. Cuando estaba allí, sentía que la ciudad me poseía porque me revelaba algo íntimo de mi propio ser. Y al tiempo, me mostraba una aversión en la que yo no podía reconocerme. Tengo la impresión de que el espíritu de Camus se forjó en una frontera semejante.

A diferencia de Orán, que ofrece con desdén la espalda al mar, Argel se mira a sí misma, apasionadamente, en el espejo del Mediterráneo.

Zweig, que se



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