El Hijo de Neptuno by Rick Riordan

El Hijo de Neptuno by Rick Riordan

autor:Rick Riordan
La lengua: spa
Format: epub, mobi
editor: eBook's Xibalba
publicado: 2014-03-03T16:00:00+00:00


Capítulo 24

Frank

FRANK SACUDIÓ SU LANZA A TODOS LADOS.

—¡Alejaos! —su voz sonaba temblorosa—. Tengo… eh… ¡poderes increíbles y esas cosas!

Los basiliscos hicieron un trío de siseos. Quizá se estuvieran riendo. La punta de la lanza pesaba demasiado como para alzarla, como si el afilado triangulo blanco hecho de hueso estuviera intentando tocar la tierra. Entonces algo encajó en la mente de Frank: Marte había dicho que la punta era el diente de un dragón. ¿No había oído alguna historia acerca de dientes de dragón plantados en el suelo? ¿Algo que había leído en la clase de Monstruos en el campamento?…

Los basiliscos le rodearon, tomándose su tiempo. Quizá estaban vacilando por la lanza. Quizá no podían creerse lo estúpido que era Frank.

Parecía una locura, pero Frank dejó que la lanza tocara el suelo con la monta. Lo plantó en el suelo. Crac.

Cuando la sacó, la punta había desaparecido, se había roto en el suelo. Maravilloso. Ahora tenía un palo dorado.

Una parte alocada de su interior quería sacar el pedazo de leño. Si iba a morir de todas formas, quizá pudiera crear una gigantesca llamarada, incinerar a los basiliscos y dar una oportunidad a sus amigos de escapar.

Antes de que pudiera armarse de valor, el suelo comenzó a temblar a sus pies. Comenzó a crearse un pequeño agujero en el suelo, y una mano esquelética salió del suelo. Los basiliscos sisearon y retrocedieron.

Frank no podía culparles. Miró con horror como un esqueleto humano emergía del suelo. Fue poco a poco formándose como si alguien estuviera juntándolo hueso a hueso, cubriéndolos con una piel gris brillante y transparente. Todo lo de la criatura era gris: ropas grises sobre carne gris en huesos grises.

Se giró hacia Frank. Su calavera sonrió bajo su inexpresiva cara gris. Frank gimoteó como un cachorrito. Sus piernas le temblaban tanto que tuvo que ayudarse de la lanza para mantenerse de pie. El guerrero esquelético aguardaba. Aguardaba órdenes, se dio cuenta Frank.

—¡Mata a los basiliscos! —gritó—. ¡Pero a mí no!

El guerrero esqueleto entró en acción. Agarró la serpiente más cercana, y a pesar de que su carne gris comenzó a humear al contacto, estranguló al basilisco con una mano y lanzó su cuerpo inerte a un lado. Los otros dos basiliscos sisearon, furiosos. Uno se dirigió a Frank, pero lo apartó a un lado con la punta de su lanza.

La otra serpiente escupió fuego directamente a la cara del guerrero. El esqueleto avanzó y aplastó la cabeza del basilisco bajo su bota.

Frank se giró al último basilisco, que estaba enroscado al borde del claro estudiándoles. La lanza de oro imperial de Frank estaba humeando pero, a diferencia de su arco, no parecía estar deshaciéndose al tacto del basilisco. La mano y el pie derechos del guerrero esqueleto se estaban disolviendo lentamente por el veneno. Su cabeza estaba en llamas, pero aún así parecía estar bien. El basilisco hizo algo inteligente: entró en retirada. En un borrón de movimiento, el esqueleto agarró algo de su camiseta y esto voló a través del claro, empalando al basilisco en el suelo.



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