El espejo enterrado by Carlos Fuentes

El espejo enterrado by Carlos Fuentes

autor:Carlos Fuentes
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historia
publicado: 1992-08-09T22:00:00+00:00


En ti se junta España con la China, Italia con Japón, y finalmente un mundo entero en trata y disciplina...

Estas pretensiones son derribadas, notablemente, por los cronistas de la otra capital virreinal, Lima. Mateo Rosas de Oquendo ridiculiza a la oligarquía limeña, rodeada de

Poetas mil de escaso entendimiento; cortesanas de honra a lo borrado; de cucos y cuquillos más de un cuento.

El virrey nos dice estar rodeado de “vagabundos, pelones caballeros, jugadores sin número y coimeros”, en tanto que la policía son “ladrones muy cursados”. Una ciudad, termina diciendo, con “el sol turbado, pardo el nacimiento: aquesta es Lima y su ordinario trato”. Simón de Ayanque, en su descripción de la Lima colonial, va más lejos y más peligrosamente. Ésta es una ciudad, nos recuerda, de “indias, zambas y mulatas, chinos, mestizos y negros... Verás en todos oficios chinos, mulatos y negros, y muy pocos españoles... Verás también muchos indios que de la tierra vinieron, para no pagar tributo y meterse a caballeros”.

La pretensión de ser algo distinto parece ser uno de los sellos de las sociedades urbanas barrocas, divididas entre ricos y pobres, órdenes eclesiásticas en pugna, apasionados amoríos y negaciones igualmente apasionadas del sexo y del cuerpo. Por lo visto, en la época colonial coexistieron un estricto puritanismo y una proliferación libertina.

Roland Barthes ha escrito que el sadismo prevalece sobre todo en las regiones subdesarrolladas. La crueldad sexual puede ejercerse fácilmente en sociedades de estrictas separaciones sociales, donde el compañero sexual puede ser fácilmente reclutado (de entre las legiones de criados), el objeto del placer fácilmente desechado, y la impunidad disfrutada aunque practicada en lugares ocultos. Las ciudades de la Hispanoamérica colonial poseyeron todos estos atributos, con la dimensión añadida —impunidad, escondrijo— del mundo religioso del convento y el monasterio.

El escritor mexicano Fernando Benítez, en un delicioso libro llamado Los demonios en el convento, relata muchas de las “ficciones alucinantes” que le dieron a las sociedades de América Latina, junto con sus prácticas libertinas, el correspondiente erotismo represivo. El arzobispo de México en tiempos de Sor Juana, Aguiar y Seixas, detestaba de tal modo a las mujeres que no las permitía en su presencia, y si accidentalmente se topaba con una, enseguida se cubría la cara con las manos. Su odio hacia el agua (otra fobia his-panocatólica) era igualmente ferviente, y en su furia le asistía el hecho de que caminaba ayudado por muletas, y las usaba con violencia, como lo supo el poeta Carlos de Sigüenza y Góngora, amigo y protector de Sor Juana, cuando el arzobispo le rompió los anteojos y le cortó la cara en el curso de una disputa teológica. Aguiar y Seixas también logró suprimir las peleas de gallos, el juego, las novelas, y desde luego, en cuanto le fue posible, a las mujeres.

En una época presidida por tan implacable prelado, responsable de la caída de Sor Juana, otros puritanos, inferiores al arzobispo pero igualmente celosos, actuaron con prontitud. Un cierto padre Barcia, hacia el final del siglo XVII, decidió reunir a todas



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