El espejo de un hombre by Stephen Greenblatt

El espejo de un hombre by Stephen Greenblatt

autor:Stephen Greenblatt [Greenblatt, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Crítica y teoría literaria
editor: ePubLibre
publicado: 2003-12-31T16:00:00+00:00


¡Ah, si es cosa de risa! ¿Cómo

unas bestias de tiro, unos jamelgos

que alimentados de huecas promesas

apenas cubren treinta millas en un día,

podrían compararse a un griego troyano,

a un César o un Caníbal?

(2.4.140-144)

Habría muchos más ejemplos del mismo estilo, y de haber sobrevivido todas las obras de los Ingenios Universitarios, los especialistas habrían identificado sin duda muchos más.

Esas parodias sugieren simplemente que Shakespeare era, al fin y al cabo, un ser humano, capaz de divertirse devolviendo insultos literarios y burlándose de sus rivales, incluso de los difuntos. Pero algo más curioso e imprevisible sucede en su obra con la figura grotesca de Robert Greene. «Vamos a ver, hijoputa, puerquito cebado de San Bartolomé», como dice cariñosamente la ramera de Falstaff, Dolly Rajasábanas, «cuándo dejas de dar golpes por el día y puntazos por la noche y empiezas a preparar tu viejo cuerpo para el cielo». A lo que el caballero gordinflón responde: «Calla, querida Dolly, no hagas de calavera; no me invites a pensar en mi fin» (Enrique IV, Parte Segunda, 2.4.206-210). Cuanto más nos zambullimos en el mundo tabernario de Falstaff —el ordinario, el borracho, el irresponsable Falstaff, el hombre que está siempre haciendo teatro de sí mismo y al mismo tiempo es asombrosamente ingenioso—, más nos acercamos al mundo de Greene: su mujer Dolly, su amante Em, su cuñado matón Cutting Ball, y toda la pandilla.

Falstaff y sus amigos tienen el disoluto atractivo que el salvaje grupito de escritores londinenses debió de ejercer sobre el joven Shakespeare. En las sórdidas chabolas de Falstaff en Eastcheap, no lejos del Puente de Londres, el príncipe Hal tiene acceso a un repertorio de personajes urbanos que están lejísimos de todo lo que ha conocido hasta entonces, y se muestra particularmente encantado de haber aprendido su lenguaje: «A beber mucho le llaman “ponerse al rojo”, y cuando uno interrumpe el chorro para respirar gritan “¡ojo!”, indicando que el desagüe debe hacerse a fondo. Concluyendo, en un cuarto de hora me he vuelto tan experto que el resto de mi vida puedo beber con cualquier vagabundo en su propia lengua» (Enrique IV, Parte Primera, 2.5.13-17). La obra parece dar a entender que esta clase de lengua encierra toda una política —«cuando sea rey de Inglaterra, siempre podré contar con todos los buenos chicos de Eastcheap»—, pero al mismo tiempo da la impresión de que estamos ante una descripción casi indisimulada del propio aprendizaje de la lengua de las tabernas que hizo Shakespeare.

Del mismo modo, la relación entre Falstaff y Hal se basa en juegos de palabras fantásticamente inventivos y a la vez provocadores, como aquellos en los que se habían especializado varios de los Ingenios Universitarios:



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