El donador de almas by Amado Nervo

El donador de almas by Amado Nervo

autor:Amado Nervo [Nervo, Amado]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1898-12-31T16:00:00+00:00


LUNA DE MIEL

No hay manera de expresar el contentamiento y deleite de los dos hemisferios del cerebro del doctor.

¡Se amaban! ¡Y de qué suerte! ¡Cómo a nadie que no sea Dios le ha sido dado amarse en toda la extensión de los tiempos y en toda la infinidad del universo mundo!

¡El doctor era, en efecto, como un dios! Se amaba de amor a sí mismo; con la placidez nipona con que Buda contempla su abdomen rotundo, así el doctor se contemplaba, a pesar de no ser nipón.

Todo el universo estaba dentro de él, estaba en su cerebro. Su cerebro era un huerto cerrado, donde Adán y Eva —Rafael y Alda— se besaban continuamente,[16] perdonando ustedes este antropomorfismo y otros en que ha incurrido y habrá de incurrir el autor.

¿Quién no es dichoso a raíz de matrimoniado?

¡Ah, los poetas no soñaron jamás una fusión más íntima de dos seres!

¡Ser un mismo cuerpo con dos almas! ¡Tener en sí a la amada, en sí poseerla! ¡Acariciarla, acariciándose!… ¡Sonreírla, sonriéndose…, glorificarla, glorificándose!…

Cierto, algunas veces, tales y cuales miserias fisiológicas ruborizaban al doctor por ministerio de su semicerebro.

—¡Qué pensará Alda de mí en estos momentos! —se decía.

Mas reflexionaba para su consuelo que Alda también, en su primer vida mortal, habíase visto sujeta a tales miserias, triste patrimonio de la mezquindad humana; que aun ahora tomaba parte en ellas, y así el rubor se paliaba un poquillo.

Naturalmente, donde empezó el amante correspondido acabó el augur profesional. El doctor envió a paseo a las altezas serenísimas de apellidos «erizados de efes»; a las Teodorovnas, Alejandrovnas y demás «ovnas» eslavas; anunció oficialmente que no curaba más —¿y cómo hubiera podido curar si se había «comido» al oráculo? Alda en su cerebro ya no poseería, en adelante, más conocimientos que los en ese cerebro almacenados—, y confinó su vida en las cuatro paredes de su estudio, mientras que la primavera traía para su idilio más hermosos escenarios.

La primera semana de aquel extraño connubio se pasó en conjugar el verbo amar, y no sólo mentalmente sino que también con los labios.

Para esto Alda y Rafael se alternaban en el uso de «su» boca.

—¡Te amo! —decía ésta movida por la mitad del cerebro que correspondía al doctor.

—¡Te adoro! —respondía la misma por orden y virtud del hemisferio izquierdo.

Y así «ambos» podían escuchar la inflexión acariciadora de sus «propias» frases.

Los primeros días era tal la vehemencia de sus protestas, juramentos y promesas, que solían uno y otro «arrebatarse la palabra», es decir, arrebatarse el órgano vocal que la emitía; pero después (¡ah, por muy breve tiempo!) los diálogos fueron más perfectos, más reposados, ganando en unción lo que perdían en ímpetu.

Cuando Alda hablaba sabía extraer de aquella garganta viril inflexiones musicales en que se revelaba la mujer; y era un encanto «oírse» entonces, sobre todo porque las locuciones de que ella echaba mano eran aquéllas de que el doctor hubiese echado mano en «su» caso; las que él puso en sueños tantas veces en los labios de una mujer adorada.

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