El doctor Centenro by Benito Pérez Galdós

El doctor Centenro by Benito Pérez Galdós

autor:Benito Pérez Galdós [Pérez Galdós, Benito]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1883-01-01T00:00:00+00:00


Vive Dios, que es tal hazaña

digna de un Téllez Girón…

Como ecos, repercutían en su cerebro las rimas de la redondilla: galardón… España. Y se volvía a dormir para despertar de nuevo alarmado con estos gritos:

¡Hola…! ¡prendedle…! ¡traición!

¡Necio, atrás…! ¡Italia es mía!

V

Porque Alejandro era autor dramático. Tenía tres dramas, ya desechados por su propio criterio, y uno flamante, nuevecito, que era su sueño, su gloria, su ambición, sus amores. Tan cierto estaba él de que se había de representar como de su propia existencia, y tan seguro y patente consideraba el éxito, cual si lo estuviera viendo con los ojos de la cara… Ideas para otros dramas, planes brillantísimos ¡oh!, teníalos por docenas y se le ocurrían a cada momento, al levantarse, al salir, al tomar café; mas érale forzoso apartarlos de sí para que no la atormentaran y se apoderaran antes de tiempo de los ricos moldes de su cerebro. Convenía que tanto verbo fecundo aguardase la oportunidad de su encarnación y que tanta vida nueva tuviera calor interno antes de ser puesta al trabajo de su desarrollo y crecimiento. Después que se representara El Grande Osuna, vendrían otros trabajos y éxitos más colosales. ¡Misión altísima la suya! Iba a reformar el Teatro, a resucitar, con el estro de Calderón, las energías poderosas del arte nacional. Como los más puros místicos o los mártires más exaltados creen en Dios, así creía él en sí mismo y en su ingenio, con fe ardentísima, sin mezcla de duda alguna, y para mayor dicha suya, sin pizca de vanidad.

¿Y por qué no había de tener razón? Entre sus compañeros y amigos no eran unánimes los pareceres respecto al superior ingenio de Miquis. Unos le tenían en mucho; otros en poco; quién por un visionario; quién por tonto o algo menos. Sus compañeros de casa lo querían mucho por sus cualidades morales, entre las cuales descollaba el corazón más generoso, más expansivo, más superabundante que puede imaginarse; pero en lo tocante al numen, también variaban las opiniones. Poleró, sin conocer el drama, sostenía que era un atajo de inocentadas, y que el mayor favor que se podía hacer al joven manchego era quitarle de la cabeza su idea de ser autor dramático. Cienfuegos no pensaba lo mismo, y veía en Alejandro, mejor dicho, columbraba en aquel espíritu algo misterioso y grande que no existía en los demás.

Físicamente era raquítico y de constitución muy pobre, con la fatalidad de ser dado a derrochar sus escasas fuerzas vitales. Sus nervios siempre estaban en grado muy alto de tensión, y todo él vibraba constantemente como cuerda de templado metal, sin cesar herida por el divino plectro de las ideas. La fiebre era en él fisiológica, y el orgasmo del cerebro constitucional y normal. Era un enfermo sin dolor, quizás loco, quizás poeta. En otro tiempo se habría dicho que tenía los demonios en el cuerpo. Hoy sería una víctima de la neurosis.

Desde la infancia se había distinguido por su precocidad. Era un niño de estos que son la admiración del pueblo en que nacieron, del cura, del médico y del boticario.



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