El Cuento Del Cortador De Bambú by AnA³nimo

El Cuento Del Cortador De Bambú by AnA³nimo

autor:AnA³nimo
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narrativa Varios
ISBN: 9788437621838
editor: www.papyrefb2.net
publicado: 2003-12-31T23:00:00+00:00


5

LA PIEL DEL RATÓN DE FUEGO

El Ministro de la Derecha, Abe no Miushi, poseía una gran fortuna y su familia era influyente. Ese año llegó de China un barco mercante. El Ministro escribió entonces al dueño del barco, llamado kei, pidiéndole que adquiriera para él lo que se llamaba la piel del ratón de fuego. Seleccionó entre sus súbditos a la persona de más confianza, llamada Ono no Fusamori, y le mandó llevar la carta. Fusamori la llevó hasta China y se la entregó a kei junto con el oro correspondiente. kei abrió la carta, la leyó y escribió la respuesta:

«La piel del ratón de fuego no existe tampoco en este país. He oído hablar de ella, pero jamás la he visto. Si existiera en este mundo, alguien podría haberla traído a este país. Va a ser un asunto difícil. Si de una entre diez mil posibilidades hubiera llegado a la India, podría preguntárselo a los señores ricos. Si se tratase de algo inexistente, le devolveré el dinero con el mensajero».

Al cabo de algún tiempo, volvió el mismo barco a Japón. Ante la noticia de que Ono no Fusamori había regresado a Japón y que iba a venir a la capital, el Ministro hizo traer un caballo rápido y se lo envió para recibirle. Fusamori, utilizando ese caballo, llegó desde Tsukushi en tan sólo siete días. La carta de kei decía así:

«Conseguí la piel del ratón de fuego a duras penas enviando gente por todas partes en su busca. No sólo en nuestros tiempos sino también en otros, es cosa que no se puede encontrar fácilmente. Sin embargo, oí que hacía tiempo un venerable sabio de la India la había traído a este país y que se conservaba en un monasterio de las montañas occidentales. Tuve que solicitar la intervención del Gobierno y, con mucha dificultad, conseguí comprarla. El gobernador de la provincia me hizo saber por su mensajero que la cantidad de oro que vos me confiasteis era insuficiente, de manera que yo añadí de mis bienes lo que precisaba. Me debéis, pues, cincuenta ry[33] de oro. Os pido que me los mandéis con un barco que regrese a China. De no hacerlo así, devolvedme la piel que os confié».

Tras la lectura de la carta, el Ministro exclamó:

—¡Qué dice! Sólo es un poco más de dinero. ¡Qué bien ha hecho en enviármelo!

Diciendo esto se inclinó respetuosamente en dirección a Morokoshi, la tierra de China.

El cofre que guardaba la piel estaba hecho de extraordinarios esmaltes que brillaban en diversos colores. La piel era del azul más profundo del cielo y las puntas de los pelos relucían como el oro. Parecía una joya auténtica y su belleza era incomparable. Su condición de no quemarse con el fuego quedaba como algo secundario ante aquella preciosidad sin par.

—Ahora comprendo por qué le gustaba a Kaguyahime esta piel —se dijo el Ministro, y la metió en una caja con gran cuidado para llevarla a casa de Kaguyahime. Según la costumbre, ató la caja a



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