El corredor by John L. Parker

El corredor by John L. Parker

autor:John L. Parker [Parker, John L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788494673733
editor: Capitán Swing
publicado: 2017-02-09T05:00:00+00:00


20

Escapada nocturna

Cassidy corría siguiendo un ritmo nocturno, tocotó, tocotó, una cadencia constante de agradable esfuerzo solitario que lo iluminaba bajo un sinfín de farolas, lo convertía en un ser anónimo a su paso por los vecindarios a oscuras, le hacía subir y bajar las suaves colinas de Kernsville mientras los perros aullaban y mamá y papá se pasaban la fuente con el puré de patatas.

Un transeúnte podría haber tenido la impresión de que estaba en trance, pero en realidad no se le escapaba ni un solo detalle de aquel escenario al anochecer: el olor de las flores que brotaban en invierno, el limpio frescor del roble americano, la humedad del musgo español al salpicarle. Se oían las necedades procedentes de los programas de televisión propios de la caída de la tarde, sonidos de cenas, de riñas infantiles. Era un meteoro oscuro sondeando un universo centelleante. La noche agudizaba aún más los sentidos del corredor, otorgaba una mayor aflicción a su soledad, hacía que la rapidez de su ritmo pareciera incluso mayor, generaba una urgencia, un entusiasmo apagado en la acción de la marcha solitaria.

En ocasiones, algún cretino en un Chevrolet arruinaba la esfera prístina de su ensimismamiento al grito de: «¡Eh! ¡Corredor! ¡Corredor!». Cuando ocurría, Cassidy reflexivamente extendía un dedo y por lo demás indicaba su disgusto empleando algún epíteto. Durante años había tratado de ignorarlos, pero no había servido de nada. Desde hacía un tiempo su política consistía en devolver el golpe. Se sorprendían cuando el corredor (una criatura gentil, ¿no era así?) hacía gala de semejante agresividad. Desconocía qué era lo que generaba en la naturaleza humana aquel deseo irrefrenable de molestar a un corredor, pero para entonces ya sabía que era algo profundo, formidable y casi universal. Un escritor inglés de otra época había registrado los escarnios de los granujas callejeros: «¡Eh! ¡Mira a ese corredor! ¡No lleva nada puesto!». Había quienes lanzaban cosas. Algunos habían llegado a gritarle: «¡Y un, dos, tres, cuatro…!», y se descojonaban de su ridículo ingenio, incapaces de disociar la idea de correr de la experiencia militar.

En cierta ocasión, tras esprintar durante casi doscientas yardas, dio alcance a un coche en el que viajaban varios alborotadores particularmente ofensivos que de repente no tuvieron más remedio que detenerse ante un semáforo en rojo poco cooperativo. Los chavales estaban muertos de miedo. Creyéndose a salvo después de subir las ventanas y cerrar los pestillos, observaron horrorizados cómo Cassidy trepaba por el maletero y pasaba corriendo por el techo del vehículo sin alterar el ritmo de las zancadas.

En los entrenamientos no tenía miedo a nada, y se sentía fácilmente capaz de recurrir a la violencia. A menudo pensaba qué haría si alguien le paraba y le desafiaba. Imaginaba que les haría probar una pequeña parte de lo que era su vida; los provocaría para que se pusieran a perseguirlo. Se mantendría fuera de su alcance por muy poco, alentándolos una y otra vez. Puede que aquello durara una media milla, en función de lo



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