El coleccionista (trad. Andrés Barba) by John Fowles

El coleccionista (trad. Andrés Barba) by John Fowles

autor:John Fowles [Fowles, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1963-01-01T00:00:00+00:00


19 de octubre

He estado afuera.

Durante toda la tarde había estado haciendo copias (de Piero) y estaba de ese humor en el que normalmente siento que tengo que salir a cualquier lado, al cine, a un café, adonde sea.

Conseguí que me sacara ofreciéndome como una esclava. «Átame como quieras», le dije, «pero sácame de aquí».

Me ató y me amordazó, me agarró del brazo y salimos a dar una vuelta al jardín. Una más o menos larga. Estaba muy oscuro, lo único que se veía era el camino y algunos árboles. Es un lugar muy solitario. Debe de estar en alguna parte en mitad del campo.

Luego, de pronto, en mitad de la oscuridad, me di cuenta de que algo le estaba pasando. No podía verlo pero me asusté de inmediato; me di cuenta de que quería besarme, tal vez algo peor. Trató de decir algo acerca de lo feliz que era en aquel instante, su voz estaba cargada de tensión. Se atragantó. Yo pensaba que no tenía sentimientos profundos de ningún tipo, pero al parecer sí los tenía. Es tan terrible no ser capaz de expresarse. Habitualmente mi única arma de defensa contra él es mi lengua. Mi lengua y mi aspecto. Se hizo un silencio breve, me di cuenta de que estaba atrapado en alguna especie de pensamiento.

Durante todo aquel rato yo respiraba aquel aire maravilloso del exterior. Era tan maravilloso que ni siquiera soy capaz de describirlo. Tan vivo, tan lleno de olores de plantas y de los miles de matices húmedos de la noche.

Pasó un coche. De modo que hay una carretera transitada frente a la casa. En cuanto escuchamos el motor, sentí que me agarraba con más fuerza. Yo recé para que el coche se detuviera, pero vi cómo sus luces pasaban de largo tras la casa.

Por suerte, lo había pensado antes. Si alguna vez trato de escapar y no tengo éxito, ya no me dejará salir nunca más, de modo que no debo saltar a la mínima oportunidad. También me di cuenta de otra cosa cuando estábamos ahí afuera: que antes me mataría que dejarme marchar, si lo hubiese intentado echándome a correr. (En cualquier caso, jamás habría podido porque me estaba agarrando el brazo como si fuera una tenaza).

Fue terrible. Saber que hay gente tan cerca. Y que no saben nada.

Me preguntó si quería dar otra vuelta pero negué con la cabeza, estaba demasiado asustada.

Cuando regresamos abajo, le dije que teníamos que aclarar el tema sexual.

Le dije que si tenía el impulso de violarme no me resistiría, que le dejaría hacer lo que quisiera, pero que no le volvería a hablar jamás. Le dije que sabía que si algún día hacía aquello se sentiría muy avergonzado de inmediato. La miserable criatura me miró desde el fondo de su vergüenza. No fue más que «un momento de debilidad». Le obligué a que nos diéramos la mano, y apuesto a que suspiró de alivio cuando salió de la habitación.

Nadie se creería una situación como ésta. Soy su absoluta prisionera, pero soy su señora en todo lo demás.



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