El cocinero del dux by Elle Newmark

El cocinero del dux by Elle Newmark

autor:Elle Newmark
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 2009-08-09T22:00:00+00:00


El día siguiente fue una auténtica agonía de ambivalencia y espera. Yo cumplía con todas mis tareas con la cabeza gacha, luchando con la idea de Marco, y el chef interpretó mi actitud sumisa como un signo de que había aprendido mi lección de la humillación sufrida el día anterior. Intenté captar su mirada, esperando una pequeña sonrisa, un minúsculo indicio de perdón. Mi ira se había disipado, y cualquier gesto de bondad habría hecho que abandonase de inmediato el plan de Marco. Lo que yo quería en realidad era una oportunidad de hablar con él, de preguntarle por qué me había tratado con tanta dureza. Pero durante todo ese largo día el chef Ferrero se dirigió a mí como «aprendiz» o «muchacho». Me daba órdenes con gestos indiferentes de las manos y jamás me miraba a los ojos. Su frialdad hizo que la ira volviese a apoderarse de mí. Peor aún, me dolía, y confirmaba la creencia de que Marco tenía razón y yo estaba solo.

Después de que todo el mundo se hubo marchado al acabar el día, me enfrenté al momento de tomar una decisión. Jugué con el trozo de alambre que llevaba en el bolsillo mientras miraba el armario del chef. Una vez más traté de posponer la acción porque, en esta ocasión, sabía que sería directamente un robo. Cumplí con lentitud mis obligaciones nocturnas, con una diligencia inusual, mientras la inminente acción pendía en el aire como el apestoso olor de la sangre de los pollos. Con la última tarea completada, permanecí en el centro de la cocina buscando hacer alguna otra cosa, pero la cocina estaba perfectamente limpia y ordenada y no necesitaba más atención.

Quité la sartén de cobre y la dejé en el suelo antes de enfrentarme a la puerta del armario. Quería dar media vuelta e irme a dormir. Si abría esa puerta transitaría un sendero que no incluía al chef. Me sentía triste y enfermo. Mi respiración se aceleró y jugué nerviosamente con el alambre. Sentía un desagradable cosquilleo en el pecho. Robarle al chef era una traición, no había otra forma de decirlo. Pero ¿acaso no había dejado clarísimo que seguiría siendo un esclavo? ¿No me había obligado a matar y extraerle las vísceras a veinte pollos y a realizar el trabajo de una criada por horas sólo porque conocía dos de sus ingredientes secretos? ¿Qué más necesitaba para comprender que el chef no tenía ningún plan para ascenderme?

La cerradura se abrió con facilidad. Respiré hondo y abrí la puerta, dejando a la vista los estantes de botellas y frascos pulcramente ordenados. Cuando estiré la mano para coger el primero, una voz paralizó mi mano en el aire.

—¿Por qué, Luciano? —dijo el chef detrás de mí.



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