El cielo bajo los pies by Elsa Plaza

El cielo bajo los pies by Elsa Plaza

autor:Elsa Plaza
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Variada
publicado: 2009-08-09T22:00:00+00:00


Capítulo 24

Miraba la foto de Enriqueta aparecida en la portada de una revista. El vendedor la había dispuesto entre otras, sostenida por dos pinzas de ropa. Era la primera vez que la veía de verdad, aunque meses atrás había sido reproducida en todas las publicaciones. El retrato lo habían encontrado en su piso y la mostraba unos años más joven y con el rostro más pleno. Llevaba allí una chaqueta, con los puños y el costadillo con bordado recortado. Un relicario colgado del cuello y sobre la falda descansaba su pequeño bolso. Cayendo sobre la frente, una mantilla de encaje negro dispuesta con estudiada gracia, el atributo distintivo de la mitja senyora, como dirían sus vecinas. El gesto erguido se dirige a la cámara, con los párpados algo cerrados mirando desde arriba, segura de sí. ¿Quién había hecho la foto? ¿El fotógrafo le habría acomodado el rostro antes de esconderse detrás del cajón de la cámara? ¿O quizá no hubo necesidad de marcarle la pose y ella misma la eligió? Allí es una dama.

Lo que una elige para vestir transforma, no sólo al cuerpo que envuelve, sino también los gestos y el pensamiento. Nadie había intentado descifrar esa imagen, ni tampoco la otra, la de mendiga. Los relatos de quienes la habían visto recoger desperdicios, o llenar su olla con la sopa de cuanto comedor público la ofrecía, o ir a vender pan duro en las traperías del barrio no coincidían con su fotografía. Tal vez, alguno de sus amantes pagó el traje que allí llevaba y ella se hizo retratar para obsequiarle su figura vestida de estreno. O no, la ropa pudo habérsela costeado ella misma. Ante el juez había dicho que era modista. Aunque probablemente no fuera cierto, tiempo atrás había encargado un traje y ropa para Angelita a una modista... No había hablado de esto con ella en ninguna de las entrevistas que me había concedido, y me arrepentía. Si la tuviera otra vez ante mí, se lo preguntaría.

Iba pensando en estas cosas cuando me encontré con Ramón. Yo salía de la redacción y marchaba en busca del tranvía, pues había decidido hacer una visita a mis padres. Él salía del Ateneo, donde se había reunido la plana mayor del periodismo barcelonés para entrevistar y fotografiar al cómico francés Max Linder, que hacía una gira por España acompañado de la bailarina Napierkovska. Juntos habían bailado un tango ante la mirada embelesada de todos. Linder era simpatiquísimo y la bailarina una diosa envuelta en un traje de brillante satén color llamarada. Ramón estaba entusiasmado y orgulloso de que el periódico La Publicidad le hubiese confiado a él la misión de cubrir esa noticia. Después de las preguntas de rigor sobre el acontecimiento que había inmortalizado con su cámara, le expliqué mi encuentro con el retrato de Enriqueta. Ramón sonrió y me dijo que ésos eran pensamientos femeninos, y que precisamente en eso consistían las diferencias entre hombre y mujer que nosotras las feministas negábamos.

—Pero tú eres fotógrafo, ¿acaso



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