El ciego y el murciélago by A. A. Fair

El ciego y el murciélago by A. A. Fair

autor:A. A. Fair [Fair, A. A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1941-12-31T16:00:00+00:00


UN taxi llevó a Berta Cool a la residencia del doctor Howard P. Rindger. Berta apretó el botón del timbre, y cuando el médico en persona acudió a abrir, le dijo:

—Creo que se acordará usted de mí, doctor. Soy…

—¡Oh, sí…! La señora Cool, de la oficina de investigaciones privadas. Pase usted, señora…

—Venía por una consulta profesional, doctor.

El médico la miró atentamente.

—¿Qué le sucede? Su aspecto es inmejorable…

—¡Oh, yo estoy muy bien! Necesito sólo una información profesional.

—Muy bien… Pase por aquí… Tengo un pequeño consultorio en esta casa para tratamientos de urgencia. Algunos de mis pacientes vienen de noche… Ahora, siéntese, y dígame en qué puedo serle útil.

—Lamento tener que incomodarle a esta hora, doctor, pero se trata de algo en realidad importante.

—No es nada, señora. Acostumbro a leer hasta muy tarde los sábados por la noche… Bien, veamos qué le trae por aquí.

—Quiero saber algo acerca de envenenamientos.

—¿Qué desea saber en especial?

—Si existe algún veneno cuyo efecto se produzca a la hora o dos horas de haberse ingerido mezclado en alguna comida. Los síntomas son: vómitos, sed espantosa, ardor en la garganta, dolores de estómago e intestinos y una especie de colapso que subsiste hasta ocurrir el fallecimiento.

—¿Cuándo murió esa persona?

—A eso de las dieciséis.

El doctor Rindger abrió la puerta de una biblioteca.

—¿Hubo calambres en las pantorrillas?

—No lo sé.

—¿Diarrea?

—Probablemente, pero no puedo afirmarlo.

—¿Náuseas persistentes hasta el momento del fallecimiento?

—A intervalos sí.

—¿Qué tratamiento le hicieron?

—Inyecciones.

—¿Se registró una sensibilidad extremada en el estómago y los intestinos?

—Sí. Le dolían mucho.

—¿Tez grisácea? ¿Transpiración?

—Por lo que me dijeron, presumo que sí.

—¿Ansiedad? ¿Depresión?

—No lo sé.

El doctor Rindger tamborileó con los dedos en el escritorio y consultó un libro titulado «Medicina Forense». Después de leer un par de páginas, lo cerró y volvió a colocarlo en la biblioteca.

—¿Se trata de algo puramente entre usted y yo, o debo hablar con carácter oficial para la consiguiente publicación de lo que diga, con mención de mi nombre?

—Lo que me diga quedará entre los dos.

—En ese caso, opino que se trata de envenenamiento con arsénico.

—¿Son ésos los síntomas?

—Un caso casi típico. La sed devoradora y las náuseas lo identifican, lo mismo que los dolores en el estómago y la parte superior del abdomen. Si se quiere tener la seguridad, es preciso comprobar si ha habido diarrea, calambres en las pantorrillas, sentimiento de depresión y analizar los vómitos. En los casos de envenenamiento por arsénico, tienen el aspecto de agua de arroz.

Berta Cool se puso en pie, titubeó unos segundos y luego preguntó:

—¿Cuánto le debo, doctor?

—Nada, señora Cool… siempre que no me citen para comparecer como testigo. En ese caso, por supuesto, será algo más.

Berta le estrechó la mano y manifestó:

—Siento mucho haberle incomodado a estas horas, pero se trata de un asunto importante y tenía que saber a qué atenerme esta misma noche.

—Muy bien, señora. Todavía no me disponía a acostarme. De costumbre, no lo hago antes de medianoche, aun cuando siempre trato de acabar mis tareas a las veinte, con el fin de tener algún tiempo para descansar. ¿Qué es de la vida de su socio, señora Cool? ¿Cómo se llama?

—Donald Lam.



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