El castillo de Llyr by Lloyd Alexander

El castillo de Llyr by Lloyd Alexander

autor:Lloyd Alexander
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
publicado: 1966-01-01T05:00:00+00:00


11. El rey de las piedras

Gurgi se arrojó al suelo, tapándose la cabeza con las manos, y dejando escapar unos chillidos terribles. La criatura pasó una larga y flaca pierna por encima del risco y empezó a incorporarse. Era por lo menos tres veces tan alta como Taran, y sus brazos tan largos que llegaban hasta más abajo de unas huesudas rodillas cubiertas de musgo. En cuanto se hubo levantado fue hacia los compañeros, caminando con unas zancadas tan lentas como desgarbadas.

—¡Glew! —boqueó Taran—, Pero si estaba seguro de que…

—No puede ser —murmuró Fflewddur—. Es imposible. ¡No puede ser el pequeño Glew! O, si lo es, está claro que no supe juzgarle bien…

—¡Temblad! —gritó nuevamente aquella voz quejumbrosa y algo chillona—. ¡Tenéis que temblar!

—¡Gran Belin! —farfulló el bardo, y la verdad es que ya estaba temblando de tal forma que le faltó muy poco para dejar caer la espada—. ¡No hace falta que me lo digas!

El gigante se agachó, haciendo visera con la mano para proteger sus ojos del resplandor de la esfera dorada, y examinó a los compañeros.

—Estáis temblando, ¿verdad? Quiero decir que… Estáis temblando de verdad, ¿no? —les preguntó con una cierta preocupación—. No lo hacéis sólo por educación, ¿eh?

Gurgi, mientras tanto, se había atrevido a apartar las manos de su cara, pero ver a aquella inmensa criatura alzándose sobre él hizo que se la volviera a tapar y le provocó un ataque de gemidos todavía más potente que el anterior. Pero el príncipe Rhun. que ya había superado el primer impacto de la sorpresa, estaba observando al monstruo con una gran curiosidad.

—Vaya, nunca había visto a nadie que tuviera hongos en la barba — dijo—. ¿Lo ha hecho a propósito o es una pura casualidad?

—Desde luego, si es el Glew de antes ha tenido que cambiar muchísimo —dijo el bardo.

Los acuosos ojos del gigante parecieron hacerse todavía más grandes. Lo que en un rostro de tamaño normal habría sido una sonrisa, se convirtió en una mueca dentro de la que habría desaparecido todo el brazo de Taran. Glew pestañeó, inclinándose un poco más sobre ellos.

—Entonces, ¿habéis oído hablar de mí? —les preguntó muy emocionado.

—Oh, sí, naturalmente —dijo Rhun—. Es sorprendente, pero creíamos que Llyan…

—¡Príncipe Rhun! —le advirtió Taran.

De momento Glew no parecía tener muchas ganas de hacerles daño. Al contrario, estaba evidentemente complacido ante el terrible efecto que había producido con su aparición, y contemplaba a los compañeros con una expresión de placer que resultaba aún más intensa dado el tamaño de sus rasgos. Pese a ello, Taran pensó que lo más prudente sería no hacer comentario alguno sobre su misión, al menos hasta que supieran algo más sobre aquella extraña criatura.

—¿Llyan? —preguntó Glew—. ¿Qué sabéis vosotros de Llyan?

Dado que Rhun ya había hablado, Taran no tuvo más remedio que admitir que los compañeros habían hallado la choza de Glew y, limitándose al mínimo de comentarios imprescindible, le explicó cómo entraron en ella y encontraron las recetas de sus pociones. Taran no tenía ni idea de cómo



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