EL CAMINO AL OESTE by Stephen Crane;Jack London;Bret Harte;Frank Norris;Mark Twain

EL CAMINO AL OESTE by Stephen Crane;Jack London;Bret Harte;Frank Norris;Mark Twain

autor:Stephen Crane;Jack London;Bret Harte;Frank Norris;Mark Twain
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788417375119
editor: De Conatus Publicaciones S.L.
publicado: 2018-06-30T12:23:57+00:00


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[8] El autor hará en lo sucesivo referencia siempre a grados Farenheit, como tradicionalmente se ha usado en los países anglosajones y aún a día de hoy en Estados Unidos. (N. de la T.)

En cuanto el señor John Oakhurst, fullero, puso el pie en la calle principal de Poker Flat la mañana del veintitrés de noviembre de 1850, reparó en que algo había cambiado en la atmósfera moral desde la noche anterior. Dos o tres hombres, enfrascados en una conversación, la interrumpieron cuando él se acercó e intercambiaron elocuentes miradas. Flotaba en el aire la calma del sabbat, algo que, en un poblado nada acostumbrado a las influencias del sabbat, parecía un mal augurio.

El rostro bello y sereno del señor Oakhurst delataba poca inquietud por aquellos indicios. Que hubiese reparado o no en alguna causa que los predispusiera era otra cuestión. “Creo que andan detrás de alguien –reflexionó–, y es probable que ese alguien sea yo”. Volvió a meterse en el bolsillo el pañuelo con el que se había sacudido de sus pulcras botas el polvo rojo de Poker Flat y liberó tranquilamente sus pensamientos de cualquier otra conjetura.

A decir verdad, Poker Flat andaba “detrás de alguien”. En los últimos tiempos, aquel lugar había sufrido la pérdida de varios miles de dólares, dos valiosos caballos y un destacado ciudadano. Reaccionaba ahora con un ataque de rectitud, igual de descontrolado e incontenible que cualquiera de los actos que lo habían provocado. Un comité secreto había tomado la determinación de limpiar la localidad de toda persona impropia. De forma permanente aquello suponía que dos hombres colgasen en ese momento de las ramas de un sicómoro en el barranco y, de forma temporal, el destierro de una serie de personajes inaceptables. Lamento decir que algunos de ellos eran damas. Sin embargo, su sexo era la única razón por la que se podía afirmar que su impropiedad fuese profesional, y basándose en tales categorías del mal, definidas a la ligera, Poker Flat se aventuró a tomar la justicia por su mano.

El señor Oakhurst no se equivocaba al suponer su inclusión en dichas categorías. Algunos miembros del comité habían pedido con insistencia que se le ahorcara para que sirviera de ejemplo y como método seguro para reembolsarse las sumas que les había ganado. “Es una injusticia –dijo Jim Wheeler– dejar que este joven de ustedes proveniente de Roaring Camp, un completo desconocido, se lleve nuestro dinero”. Pero un primitivo espíritu de equidad, alojado en los pechos de quienes habían tenido la suerte de vencer al señor Oakhurst, invalidó este prejuicio local más intolerante.

El señor Oakhurst recibió su sentencia con una serenidad filosófica y, pese a todo, con frialdad, por ser consciente de la indecisión de sus jueces. Tenía demasiado de jugador como para no aceptar la Suerte. Para él, la vida era como mucho una partida incierta, y admitía el porcentaje habitual a favor de quien parte y reparte.

Un cuerpo de hombres armados acompañó a la confinada crueldad de Poker Flat hasta las afueras del poblado.



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