El arte del pastel perfecto by Sarah Vaughan

El arte del pastel perfecto by Sarah Vaughan

autor:Sarah Vaughan [Vaughan, Sarah]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788416363056
editor: LIBRANDA OTROS
publicado: 2015-02-16T23:00:00+00:00


Kathleen

La tercera vez que sucedió, casi se lo esperaba. Pero aun así, la pilló por sorpresa.

Lo que lo empeoraba todo es que hizo todo lo posible por evitarlo. Tan pronto como descubrió, a las seis semanas, que estaba embarazada, se encamó como le habían indicado, y durante ocho solitarias semanas se quedó inmóvil, esforzándose por oír, a través de la ventana abierta, la cháchara de los transeúntes, el repiqueteo de pasos de la cercana King’s Road.

–¡ALCOBA! –insistía el doctor Caruthers, apasionado de los acrónimos–. Es el tratamiento para los abortos recurrentes.

–¿ALCOBA? –preguntó ella, sin atreverse a inquirir acerca de otra terminología, que le hacía pensar en secretos inconfesables, relaciones peligrosas y amantes despiadados.

–Alzarse para Comer e ir al Baño. Fuera de eso, debe descansar. Y descansar como es debido. Que este hombrecito –no parecía ni considerar que el bebé pudiera ser niña– tenga toda la ayuda posible, ¿de acuerdo?

No quiso decirle que eso era lo que intentaba hacer desde el principio.

También se sometió a inyecciones de progesterona que Julie se encargaba de administrarle cada semana. Y a recordar a George que debía abstenerse de sus deberes conyugales.

–Nada de relaciones maritales, me temo. Nada de coito. –El doctor Caruthers fue muy explícito.

–No, no, claro que no. –George, que la había acompañado a la consulta, se puso como un tomate.

–Sé que es todo un engorro –el doctor sonaba lánguido–, pero es absolutamente necesario tanto para la señora Eaden como para el bebé.

–¿Y qué pasa con mi libro? ¿Y mis pasteles? –apuntó ella mientras el médico seguía recitando instrucciones–. Tengo que terminarlo para mayo. Faltan menos de cuatro meses.

James Caruthers la miró muy seriamente.

–Me temo que ahora hacer que su bebé crezca será su único trabajo.

Se suavizó ante su expresión alicaída y añadió.

–Puede escribir desde la cama, pero nada de cocinar. Nada de andar arriba y abajo por la cocina; ni siquiera sentarse al escritorio. Deberá permanecer incorporada en la cama, o tumbada en su mayor parte. La salud de su bebé es lo primero.

Ante eso, Kathleen sonrió. Hacía mucho tiempo que había dejado de verse como individuo, como alguien cuyas necesidades debía tener en consideración, mientras desempeñaba el trabajo vital de llevar un bebé a término. Era un recipiente cuyo único papel consistía en alimentar una nueva vida. Y eso la satisfacía. ¿Qué podía haber más importante que mantener a un niño a salvo, especialmente uno que aún no había nacido? No había nada más importante ni –para ella, al menos– más difícil.

Aun así, seguiría escribiendo. Recostada sobre cuatro almohadones, con el bloc de notas en equilibrio encima de las rodillas, pulió sus descripciones de tartas suculentas y las pastas más ligeras. La señora Jennings le ayudaba: cocinaba siguiendo sus instrucciones y traía los resultados directamente al dormitorio para evaluarlos.

–Debería ser mi coautora –dijo medio en broma mientras probaban una quiche.

La señora Jennings se sintió halagada, pero hizo un gesto de desdén:

–Oh, querida –por fin había dejado de llamarla señora Eaden, tras mucha insistencia de Kathleen–, yo no tengo tu habilidad con las palabras.



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