El arte de la distorsión by Juan Gabriel Vasquez

El arte de la distorsión by Juan Gabriel Vasquez

autor:Juan Gabriel Vasquez [Vasquez, Juan Gabriel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Crítica y teoría literaria
editor: ePubLibre
publicado: 2008-12-31T16:00:00+00:00


Eso es, en buena parte, Sale el espectro: un memorial de agravios contra una época que ha resultado hostil hacia el oficio de novelista. La misma persona que escribe la carta (no diré quién) deja también este dictum: «Nosotros, la gente que lee/escribe, estamos terminados, somos fantasmas que atestiguamos el final de la era literaria». Ahora sí que Zuckerman, último de esos fantasmas, acaba de salir.

La paradoja de don Álvaro Tarfe

En el capítulo LXXII de la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, es decir, apenas unas treinta páginas antes del Vale final, ocurre una metamorfosis tan sorprendente, una mutación literaria tan escandalosa (por osada, por imprevista) que a su lado toda la novelística experimental del siglo XX parece poco más que un juego de mesa. «De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea», se titula el capítulo, pero el momento de la llegada sólo ocurre en la última línea; el resto se ocupa de uno de los personajes secundarios más importantes de la novela entera, pero esa importancia es poco notoria y más bien paradójica. Por dos razones: primero, el hombre sólo aparece durante estas cuatro páginas de la novela de Cervantes; segundo, el hombre ni siquiera es personaje de Cervantes, sino de Avellaneda.

Se trata, por supuesto, de don Álvaro Tarfe. En el Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda, don Álvaro era un caballero aragonés que se alojaba en casa de don Quijote, llegaba con él a las justas de Zaragoza —con cuyo anuncio había terminado la Primera parte de Cervantes— y acababa recluyéndolo en un manicomio de Toledo. El asunto del manicomio no es la única instancia de lectura torpe y (literalmente) desgraciada de parte de Avellaneda: en su versión, don Quijote ya no ama a Dulcinea, y Sancho ha dejado de ser gracioso. Semejante desnaturalización de sus criaturas debió de amargar a Cervantes —doblemente si el perpetrador obtenía de ella beneficios económicos—, pero para algunos, entre los que me cuento, es imposible no conservar cierta gratitud culposa hacia aquel aprovechado de leyenda; pues fue la publicación de su libro paralelo (y parásito, y parafraseador) lo que dio lugar a varias de esas magias parciales con las cuales el Quijote transformó para siempre las relaciones entre el mundo real y el mundo de la ficción, que son, al fin y al cabo, el único tema del novelista. La aparición de don Álvaro Tarfe es el último trastorno de esas relaciones; o, lo cual es lo mismo, don Álvaro Tarfe es la síntesis y también el clímax del enfrentamiento entre Cervantes y Avellaneda. La potencia de su aparición se debe, casi por completo, a lo que ha sucedido antes en la novela, a las otras vueltas de tuerca en esa inmensa ferretería que es la obra de Cervantes. La estrategia, a grandes rasgos, es la que intentaré explicar ahora.

El lector de la Segunda parte del Quijote la lee tal como viven los personajes: perseguido por el fantasma de la Primera parte, por la conciencia que tienen don Quijote y Sancho de que hay un libro en el mundo que narra sus aventuras.



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