El último en la torre by Hugo Coya

El último en la torre by Hugo Coya

autor:Hugo Coya [Coya, Hugo]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Planeta Perú
publicado: 2022-02-15T23:00:00+00:00


CAPÍTULO 6

Enroque en Los Reyes

Estaba atónito. Aunque se trataba de un viejo amigo de su padre, en realidad lo conocía muy poco. Apenas se había topado con él durante los rezos de los sábados y en festividades como el Rosh Hashaná o el Yom Kippur, en las contadas ocasiones en que el sagaz comerciante se encontraba en Lima para ellas. Aunque había sabido relacionarse con muchas empresas establecidas en la ciudad, como la sucursal de la alemana Hilbck, Kuntze & Company, o la de origen irlandés W. R. Grace and Company, Tomás Vidal era un hombre reservado. Regordete y bajito, su piel aceitunada y su cabello azabache encaracolado ponían en evidencia las raíces sefarditas de una familia que escapó hacia Inglaterra huyendo de la Inquisición española. Con su esposa Sara solo había cruzado algunas palabras de cortesía, pero la recordaba bien por tratarse de una mujer inescrutable, siempre vestida con gran ostentación, tenía cara de pocos amigos y, paradójicamente, el cabello desgreñado.

—¿Aceptas o no? —le espetó Vidal sin mayores preámbulos—. Estoy seguro de que tu papá estaría muy feliz si trabajaras para mí.

Las cejas de Ludovico Hurwitz se encorvaron, no se sabe si por lo intempestivo de la propuesta o porque estuviera meditando o, quizá, acumulando fuerzas para dar una respuesta a la altura. Vidal entendió la encrucijada en que lo había colocado. Esbozó una sonrisa y trató de darle ánimos.

—Si deseas, yo hablo con él y le explico que la paloma está lista para abandonar el nido.

—No es solo eso. También están mi madre y mis hermanos. Siempre hemos trabajado juntos en el negocio.

—Bueno, ya tienes... ¿cuántos?... ¿treinta?

—Sí, treinta —balbuceó Ludovico.

—¡Vaya! A tu edad, ya tenía mi propio negocio y cinco hijos.

Una carcajada compartida disminuyó el golpe seco que Ludovico había sentido, a decir por su rostro, en la boca del estómago, ante los dichos del empresario. Desde que tuvo edad para hacerlo, formaba parte de la pequeña legión de empleados que atendía en la tienda de semillas que abrió y cimentó con el paso de los años Natasius, su padre. Aceptar, entonces, la propuesta de Vidal representaría un acto de rebeldía, intolerable para alguien desacostumbrado a que sus hijos lo contrariaran.

—¿Y qué haría con exactitud?

—Te encargarías de los trámites de aduana para la importación y exportación de productos a Europa. Necesito alguien sagaz y tú lo eres. Aprenderás rápido.

Tuvo la intención de preguntarle a Tomás cómo podía estar seguro de eso, cuando habían intercambiado pocas palabras desde que su padre los presentara algunos años atrás. Optó, sin embargo, por no hacerlo. Bebió despacio un nuevo sorbo del refresco que le habían servido y colocó el vaso sobre la mesa del restaurante para extraer un pañuelo del bolsillo y limpiarse el sudor que comenzaba a brotarle de la frente.

Vidal lo observaba con impaciencia.

—¿Y entonces? ¿Aceptas o no?

El muchacho tomó aire una vez más, su mente pareció revolotear unos segundos y solo pudo atinar a pedir tiempo para pensarlo.

—Bueno, te espero hasta la próxima semana. Ni un día más.

Después de pagar la cuenta, ambos partieron en direcciones opuestas.



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