El último coto by Miguel Delibes

El último coto by Miguel Delibes

autor:Miguel Delibes [Delibes, Miguel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Deportes y juegos, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1991-12-31T16:00:00+00:00


1990

Tragacete

14 de enero de 1990

Cerrada, al fin, oficialmente la temporada de caza menor en Castilla y León, hicimos una escapada de despedida a Corral de Almaguer, coto manchego donde no había cazado nunca. La cacería tenía un objetivo añadido: conocer a Tragacete, pentacampeón de caza con perro de muestra, destronado este año por mi paisano Gerardo Pérez, de Nava del Rey. La jornada se cumplió con arreglo al plan previsto. Los majuelos de Corral de Almaguer, lisos y marcialmente alineados, albergan perdiz (¿no habrá llegado aquí el piadoso refuerzo del ave de granja?), pero una perdiz extraña, apartadiza e insociable. La estrategia del pentacampeón y la disciplina de la cuadrilla facilitaron, sin embargo, un morral impensable en estas calendas: dieciséis perdices y cinco liebres. Tragacete llevó la mano en todo momento y mediante un hábil tira y afloja, su experiencia y su presteza, nos permitió foguear a pájaros sueltos, encampanados, que se volvían contra la mano rehuyendo el acoso. Esta conducta fue tan reiterada que únicamente tres piezas, de las veintiuna abatidas, fueron levantadas por su matador. Por mi parte conseguí el morral de la temporada: cinco perdices y dos liebres. Mas, junto a la caza, estaba hoy el personaje Tragacete, su astucia, sus piernas, su famosa táctica del caracol (táctica infantil, pues ya es sabido que la perdiz vuela si se le busca el bulto y se cohíbe si se le rodea y, en lugar de entrarla por derecho, nos dirigimos a ella en espiral). Hombre dúctil, con fuelle e intuición, es de esos cazadores a quienes estorba el perro y si se sirve de él en competición es por aquello de acatar las normas del concurso. A pesar del pingüe botín, creo que estas tierras manchegas son para cazarlas en octubre, con temperaturas blandas y pámpanos en los cepones. En enero resultan demasiado desabridas.

El campo en primavera

27 de abril de 1990

Durante esta caótica primavera, cálida en febrero y heladora en abril, he visitado nuestros cazaderos habituales un par de veces. En ambos casos apenas he visto perdices en El Bibre, para ser exacto tres pares el primer día en el camino de Bercero y cuatro el segundo en las siembras de los bajos, en las proximidades de Villalar de los Comuneros. En los páramos desamueblados, con un cereal raquítico y sin humedad, no se ve una. En rigor, en trigos tan arranados la patirroja no tiene donde ocultarse y, en opinión de Adolfo, que ha hecho otro par de visitas por su cuenta, no les queda otro recurso que refugiarse en las laderas. Sólo en la de La Mambla, la más querenciosa de todas, volaron once pares dos domingos atrás. Si mayo no trae agua, estas parejas escatimarán la cría o no criarán. Y si no se enhueran los nidos, habrá que hacer novenas para que las polladas se cumplan. Estas cosas de la naturaleza son cada día más delicadas. Pero admitiendo que la cría sea normal, ¿bastará para rehacer la diezmada población de estos contornos? Muy difícil. La temporada pasada fue excesivamente calamitosa como para remediarla en una puesta.



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